Hombres
y mujeres se distinguen de los demás animales por el lenguaje. Con él manifiestan lo que piensan o
sienten, pues comunicación, un
código común a emisor y receptor, la
tienen todos. Pero las lenguas precisan de reglas para que se puedan entender
(no es lo mismo papa, papá y Papa),
incluso para significar algo cuando se irrespetan. Así, lo que es propio de la
humanidad es que necesita reglas no apenas para comunicarse si no para poder
convivir. Reglas que toman forma de tradiciones, costumbres, usos, estándares y
finalmente normas. Casi todos seguimos las tradiciones y hay quienes las
protegen, evolucionan o crean nuevas,
pero otros las pervierten o destruyen ignorando que son un conjunto de preceptos fundamentales que se
deben observar no solo en la vida sino en las ciencias o las artes.
Pues
el arte también tiene sus reglas y por eso desde que Marcel Duchamp convenció a
muchos de que cualquier cosa lo es, en la medida en que su autor se auto
proclame artista, ya no hay arte sino artistas. Como además lo dijo Gombrich (Historia del arte, 1950) pero
refiriéndose a los que crean nuevas reglas, lo que ya es otra cosa muy
diferente. Y desde luego están los que creen que no tienen reglas, pasando por
alto que simplemente las desconocen, a propósito o no. Por supuesto tienen
derecho a exponer sus creaciones en una sala de exposiciones, pero no en el
espacio urbano público, precisamente por que en él hay que respetar las reglas
propias de este, las que no son apenas técnicas, si no también artísticas, que han de cumplirse por estar así convenido culturalmente por una colectividad.
Es lo que
olvidaron los que diseñaron la remodelación de la tradicional Avenida Colombia;
ni siquiera saben llamar apropiadamente su creación: primero dijeron que era
una serie de plazoletas, como si eso fuera posible, y ahora le dicen alameda,
pese a que no cuenta con las dos hileras de grandes árboles propias de estas,
cuando es solo un inútil malecón. Definitivamente los arquitectos que se creen
artistas por encima de la reglas determinadas por climas, paisajes y
tradiciones, y que casi siempre afectan notoriamente el espacio urbano público
ya conformado por edificios, no tienen derecho a hacer lo que lamentablemente
están haciendo desde hace no pocos años: ignorar las ciudades. En ellas
perpetran sus edificios y espacios urbanos sólo buscando un espectáculo que,
como es lo propio de tales, pronto pasará, mientras queda el oprobio. Es lo que
ya se ve en la Avenida Colombia.
Confundieron el diseño urbano con la
promiscuidad del mobiliario urbano. La alegría ocasional de las “tascas” de Diciembre con la animación
urbana cotidiana de un paseo, a lo largo de la cual nunca han circulado muchos
peatones, sino que lo atraviesan por sus varios puentes. Los malecones sólo
tienen actividad cuando están frente al mar, un lago o un río ancho. Por eso
mantener un tránsito lento de carros y taxis era necesario para su seguridad,
limpieza, animación y el servicio de los restaurantes, bares, almacenes y
hoteles que dicen van a brotar allí sin considerar como se llegará a ellos, y
por supuesto la Policía no debe quedar restringida al carril único del MIO. En
últimas, como dice Javier Marías, un paisaje emblemático debe ser invariable (Los villanos de la nación, 2010).
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