Con las modificaciones a la Ley de Cultura y al Concejo de Monumentos Nacionales y sus filiales, el patrimonio construido del país quedó sin quien lo defienda bien. No se entiende que no solo se trata de los edificios con valor histórico (aquí durmió Bolívar), sino sobre todo de los que conforman espacios urbanos bellos. En Cartagena, la intimidad de las calles de su centro histórico sigue amenazada por los carros, la eliminación de rejas y postigos de las ventanas para poner vitrinas, que la están volviendo un centro comercial para turistas, y por las “torres” de apartamentos que lo acechan cada vez mas cerca. En Mompox, pese a ser también Patrimonio de la Humanidad, el Ministerio de Cultura no ve que es necesario proteger la totalidad del casco urbano y no apenas las “casas coloniales”. Y en Bogotá, no contentos con querer demoler sin necesidad el edificio principal de El Dorado, también le quieren cambiar el nombre al aeropuerto. No entendemos que el valor de lo construido estriba en lo que representa para la mejor conformación e identidad de un sector de ciudad.
Cali por supuesto es toda una “singularidad”. De su centro histórico solo resta de la época colonial su trazado fundacional, la Torre Mudéjar, la mas bella de América a juicio de Santiago Sebastian, la Merced, el actual Palacio Arzobispal y la casa muy bien conservada de Hernán Martínez Satizabal, ya de mediados del siglo XIX. Por su parte, los nuevos edificios moderno-historicistas, levantados a lo largo de la primera mitad del XX en donde hubo modestas casas coloniales, son de otra escala y arquitectura y no pudieron conformar un trozo de ciudad homogéneo pues están dispersos y distantes entre si. Y los que están juntos, como el Palacio Nacional de Justicia y el Edificio Otero, no conforman un frente uniforme sobre la Plaza de Caicedo, como tampoco lo presenta el conjunto de la Catedral y el viejo Palacio Episcopal pues se agregó un edificio demasiado alto. Y tampoco se logró un centro moderno, como sí lo es el Centro Internacional de Bogota, pese a que aquí se hicieron varios de los mejores edificios de oficinas del país de mediados del XX.
Y en San Antonio todo el mundo hace lo que se le da la gana. Principiando por los colorinches y “murales” ajenos a su tradición y que afectan su grata imagen colonial, mientras que el blanco sin duda ayudaría a minimizar muchos de los cambios realizados, resaltados precisamente con colores. Y están los carros, esos viejos enemigos de los centros históricos, pues en lugar de reducir las calzadas de las calles, para que solo puedan circular y no estacionar, se recortan sus ya estrechos andenes para hacer “bahías” para que lo puedan hacer, o simplemente se trepan a los andenes. Y como al tema de nuestro patrimonio construido la Administración no le da importancia, pues no ve sus implicaciones sociales, el barrio corre el peligro de que lo ataque la plaga de restaurantes que mas que sitios para comer bien son rumbiaderos para beber mal, cuya exageración ya acabó con Granada y el Parque del Perro, y aun pende sobre él la amenaza del Parque del agua. Porque es que en todas partes podría haber de todo mientras no se altere negativamente lo existente. Es un asunto de respeto.
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