Como se dijo ya terminado el año
pasado (El País,
Salvar los toros, 02/01/2014), lo único que puede preservar las
corridas, y por lo tanto los toros de lidia, y de contera la tradicional Feria
de Cali, es el toreo a caballo, pues cada vez hay menos aficionados a ver matar
toros. Basta con mirar los videos de Pablo Hermoso de Mendosa, montando a
cagancho, para entender las posibilidades de este espectáculo que para rematar
la faena no demanda la muerte del toro en el ruedo, como sí el toreo a pie para
el cual es su hora de la verdad.
Si no se cambia de tercio antes de que nos coja el toro, cuando
aquí también se acaben las corridas, los toros de lidia serán otra especie en extinción;
una por hora, lo que debería de importarle a la gente mucho mas que acabar con
las corridas, lo mismo que el doloroso sacrificio de semovientes en los pintorescos
pero poco higiénicos mataderos de siempre, como aun hoy sucede en tantos
pueblos de Colombia (Álvaro Guzmán, El País, 27/06/2012) sin que en las ciudades la gran mayoría de
la gente se de por enterada cuando disfruta su carne.
Las fiestas con
corrida de toros (de ahí su apelativo de corridas) son en Cali un ritual urbano
desde el principio de la Colonia (Gustavo Arboleda: Historia de
Cali,1956) ya mencionado mas extensamente en esta columna (El País,
26/12/2002), las que se celebraban para acontecimientos importantes, como la
llegada de un nuevo Virrey. Patrimonio cultural colombiano reconocido en un
fallo al respecto por el Consejo de Estado, y que habría que ver cómo preservar
sin tener que matar los toros.
Pero primero se acabaron los villancicos, novenas y
pesebres, luego prohibieron la pólvora, en lugar de modificar su uso y
controlarla, y después la cabalgata, el “alumbrado” es cada vez mas oscuro y lo
mas probable es que el año entrante o el siguiente tampoco haya corridas; ni
Plaza de Toros pues también seguimos acabando con el patrimonio construido.
Todo mas por la negativa
de los taurinos a cortarse
la coleta y de las autoridades por no coger el toro por los cuernos, que por el
desplante de los
anti taurinos, o un improbable revolcón como el de Petro, quien sólo pretender
ser figura.
Si no
se cambia la manera de ver los toros y gozar la Feria, solo quedará la rumba
aturdidora, el despelote del tránsito y los anglicismos caleños de navidad, con
permiso de la autoridad, pues ni siquiera a los creyentes les importa ahora su
significado íntimo y familiar. Lo que desde luego no es tan grave frente a la
irresponsabilidad con que se bebe o manejan los carros, incluyendo a los que ya
no lo hacen borrachos, pero que se pasan lo semáforos en rojo o circulan en
contravía, o los peatones, que embestidos por ellos, les hacen quites en la
mitad de las calles.
Una feria suele ser un evento social, económico
y cultural —establecido, temporal o ambulante, periódico o anual— que se lleva
a cabo en un pueblo o ciudad si el tiempo no lo impide. Pero infortunadamente
aquí ya sin duende todos quieren salir por la puerta grande y cada vez mas su
objetivo es puramente comercial, de parte de las personas u organizaciones
patrocinadoras, pues su finalidad es el lucro o generar ganancias, o meramente
demagógico por parte de los politiqueros, que quieren el pan sólo para ellos
dejando el circo para el pueblo con el engaño de un supuesto descanso.
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