No sólo esta es la ciudad en donde más se mata en el país, si no que, como
se ha insistido desde el inicio de esta columna (Caminar en Cali, 07/09/1998),
aquí “carro mata peatón” y de nuevo esta guerra es noticia. Informa El País
(11/11/2014) que de las 216 personas que han fallecido en accidentes de
tránsito hasta octubre de este año, 91 fueron peatones; uno cada quince días.
Ante lo cual Héctor Jair Bermeo, director del área de Educación y Cultura de la
Secretaría de Tránsito, insiste de nuevo en que se debe a la “imprudencia del
peatón, que cruza por donde no debe”.
Sin embargo, como dice el ingeniero Carlos González, no se le puede echar
la culpa ni a los peatones, porque la infraestructura de Cali no los tiene en
cuenta, y prueba de esto, señala, es que muchos de los accidentes se dan en el
Centro. Allí, como igualmente se ha insistido en esta columna, los andenes son
estrechos y ocupados por las casetas o carritos de las ventas callejeras o por
los productos que se exponen directamente en el suelo, inclusive,
peligrosamente, a la entrada a los pasos peatonales de las esquinas.
El hecho, vergonzoso para los que pretenden orientar esta ciudad desde hace
décadas y que sólo caminan por los campos de golf o van en carros oficiales que
pagan todos, es que, como afirma James Gómez, experto en seguridad vial, “Cali
no es amigable para el peatón y andar a pie es una guerra diaria donde cada
cual se defiende como puede. La prioridad la tiene el carro y la ciudad no está
pensada para la gente, incluyendo un 10 % de caleños que tienen problemas de
movilidad reducida”.
Hay que insistir, y se ha repetido hasta el cansancio en esta columna, en
que los andenes en Cali son insuficientes, cambian de nivel y materiales
permanentemente, están llenos de huecos, postes y otras barreras, las rampas de
los garajes llegan hasta el sardinel, y los carros se estacionan en ellos o son
ocupados por vendedores o talleres. El común de la gente los considera parte de
las casas y no de las calles, y por lo tanto responsabilidad del Municipio su
diseño, construcción y mantenimiento, el que inauditamente carece de una
política seria al respecto.
Y los puentes peatonales, como también se ha dicho en esta columna, no
sirven para los que más los necesitan pues no tienen ascensor y muchos ni
siquiera rampas, las que por lo demás resultan demasiado largas. No consideran
a los discapacitados ni a los adultos mayores, y como dice González deben
arriesgar su vida para atravesar una avenida, pues si los hay no los pueden
usar. De hecho, las estadísticas del Tránsito indican que los peatones que más
mueren son los adultos mayores, que caminan más lento y tienen reducidos sus
reflejos y no pueden hacerle el “quite” a los carros.
La columna citada arriba ya advertía hace 16 años que “el problema es la
sumisión e ignorancia con que muchos peatones soportan este estado de cosas, y
la arrogancia y brutalidad con que muchos conductores pasan por encima de su
derecho a compartir con ellos los cruces. Actitud que lleva a la violencia
cotidiana y que solo cambiará con educación. Comenzando por los responsables
del diseño de calzadas y andenes, de la colocación de postes y señales, y de la
circulación de peatones y vehículos. Hay que invitarlos a caminar por Cali, ya
que muchos de ellos sólo la recorren en carros oficiales”.
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