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Memoria urbana. 04.12.2014.


Lo que no se recuerda, si existe y en las ciudades repercute sobre su presente; es parte de ese “Tercer Mundo” del que hablaba el filósofo Karl Popper, en el que se lleva a cabo el razonamiento, los conceptos y las ideas. Memoria urbana presente, por ejemplo, en la vida de Catalina Seguridad en New York, recordando a Paris, en la bellísima novelita de 1988, de Patrick Modiano, Premio Nobel de 2014. O en la presentación de Luisfer Martínez sobre los VI Juegos Panamericanos de 1971, en la que se pueden ver imágenes de la Cali de antes de las demoliciones que se perpetraron para “cambiarle la cara” con motivo de ese evento con el que se pretendía ponerla en “los ojos del mundo” según dirían ahora.
Como se puede ver en < http://youtu.be/tkHfXQont0c> el CAM no existía ni la actual plaza de San Francisco pero el Cuartel del Batallón Pichincha, el Palacio de San Francisco, el hotel Alférez Real, la casa de Emiliano Otero, la vieja Biblioteca Departamental y el Club San Fernando sí, el estadio y la zona de la plaza de toros eran muy distintos, el cerro de las Tres Cruces no estaba sembrado de antenas, la Avenida Colombia era un paseo, la Loma de la Cruz era aun una loma, y se podía recoger el correo aéreo y saborear un rica “leche malteada” en el semisótano del edificio Gutiérrez Vélez a la orilla del río Cali.
          Algo similar le sucede al narrador de Dora Bruder, 1997, también de Modiano, cuando recorre las calles de Paris que casi medio siglo atrás pudo haber transitado su joven protagonista, víctima del horror de la ocupación de la ciudad por la Alemania Nazi. Calles, plazas, parques, salidas del Metro, edificios públicos y cafés que los visitantes de la Ciudad Luz recuerdan, unos mas que otros. Y de la Saint Chapelle (1242-1248), obra ejemplar del gótico francés, o del Café de Flore en el Boulevard Saint-Germain, que frecuentaban Picasso, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Ernest Hemingway, Truman Capote y Lawrence Durrell, saben incluso los que no han ido a Paris.
          Pero lo preocupante no es que los que no han venido a Cali no sepan del Café de los Turcos, el Paseo Bolívar, La Merced, San Antonio o la Torre Mudéjar, sino que la mayoría de los que ahora viven aquí no recuerda como propios los hitos de “su” ciudad, y ni los taxistas la conocen bien. Memoria urbana que es lo que les permitiría apropiarse de ella con sentido de pertenencia, hoy peligrosamente ausente pues explica muchos de los problemas actuales de casi tres millones de caleños, incluyendo los que habitan en las partes inmediatas de los municipios vecinos, que ni siquiera aparecen en los mapas de la ciudad.
          Como dice Martha de Alba González:  La casa, el barrio y la ciudad se convierten en el nicho en el cual se desarrolla nuestra existencia […] de nuestras vivencias más personales y de aquellas experiencias compartidas con los otros en […] los distintos grupos sociales en los que nos insertamos [y] dejamos una huella en los espacios en los que crecemos, tanto como estos nos marcan […] “dime donde vives y te diré́ quien eres”. El lugar nos da identidad por el significado que posee, por la vida social que se ha producido en el [y] sus iconos más importantes aseguran que persista […] en el tiempo” (Sentido del lugar y memoria urbana: envejecer en el Centro Histórico de la Ciudad de México, 2010).

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