Lo que no se recuerda, si existe y en las ciudades repercute sobre
su presente; es parte de ese “Tercer Mundo” del que hablaba el filósofo Karl Popper, en el que se
lleva a cabo el razonamiento, los conceptos y las ideas. Memoria urbana presente, por ejemplo, en la vida de Catalina
Seguridad en New York, recordando a Paris, en la bellísima novelita de 1988, de
Patrick Modiano, Premio Nobel de 2014. O en la presentación de Luisfer
Martínez sobre los VI Juegos Panamericanos de 1971, en la que se pueden ver
imágenes de la Cali de antes de las demoliciones que se perpetraron para
“cambiarle la cara” con motivo de ese evento con el que se pretendía ponerla en
“los ojos del mundo” según dirían ahora.
Como se puede ver en < http://youtu.be/tkHfXQont0c> el CAM no existía ni la actual
plaza de San Francisco pero el Cuartel del Batallón Pichincha, el Palacio de
San Francisco, el hotel Alférez Real, la casa de Emiliano Otero, la vieja
Biblioteca Departamental y el Club San Fernando sí, el estadio y la zona de la
plaza de toros eran muy distintos, el cerro de las Tres Cruces no estaba
sembrado de antenas, la Avenida Colombia era un paseo, la Loma de la Cruz era
aun una loma, y se podía recoger el correo aéreo y saborear un rica “leche
malteada” en el semisótano del edificio Gutiérrez Vélez a la orilla del río Cali.
Algo similar le sucede al
narrador de Dora Bruder, 1997,
también de Modiano, cuando recorre las calles de Paris que casi medio siglo
atrás pudo haber transitado su joven protagonista, víctima del horror de la
ocupación de la ciudad por la Alemania Nazi. Calles, plazas, parques, salidas
del Metro, edificios públicos y cafés que los visitantes de la Ciudad Luz
recuerdan, unos mas que otros. Y de la Saint Chapelle (1242-1248), obra
ejemplar del gótico francés, o del Café de Flore en el Boulevard Saint-Germain, que frecuentaban Picasso, Jean-Paul
Sartre y Simone de
Beauvoir, Ernest
Hemingway, Truman Capote y Lawrence Durrell, saben incluso los que no han ido a Paris.
Pero lo preocupante no es
que los que no han venido a Cali no sepan del Café de los Turcos, el Paseo
Bolívar, La Merced, San Antonio o la Torre Mudéjar, sino que la mayoría de los
que ahora viven aquí no recuerda como propios los hitos de “su” ciudad, y ni
los taxistas la conocen bien. Memoria urbana que es lo que les permitiría
apropiarse de ella con sentido de pertenencia, hoy peligrosamente ausente pues
explica muchos de los problemas actuales de casi tres millones de caleños,
incluyendo los que habitan en las partes inmediatas de los municipios vecinos,
que ni siquiera aparecen en los mapas de la ciudad.
Como dice Martha de Alba González: “La casa, el barrio y la ciudad se
convierten en el nicho en el cual se desarrolla nuestra existencia […] de
nuestras vivencias más personales y de aquellas experiencias compartidas con
los otros en […] los distintos grupos sociales en los que nos insertamos [y]
dejamos una huella en los espacios en los que crecemos, tanto como estos nos
marcan […] “dime donde vives y te diré́ quien eres”. El lugar nos da identidad
por el significado que posee, por la vida social que se ha producido en el [y]
sus iconos más importantes aseguran que persista […] en el tiempo” (Sentido del lugar y memoria urbana:
envejecer en el Centro Histórico de la Ciudad de México, 2010).
Comentarios
Publicar un comentario