Ver en ellos simplemente el maltrato y muerte de animales, que si lo es, es pasar por alto que son aquí un viejo ritual urbano, tanto que la plaza de toros toma su nombre de la de la ciudad, en donde de hecho antes se corrían. Vienen de la antigua costumbre española de lancearlos, y de allí el rejoneo, pero cuya necesaria ayuda de a pie termino en un arte ya con una larga historia. Como el ballet el toreo tiene una coreografía, como la música ritmo y melodía, como el teatro desarrollo y desenlace, y como la pintura, formas, texturas y colores. Depende, como las esculturas en las plazas de las ciudades, de las luces y sombras que produce el Sol, igual que pasa con la (buena) arquitectura. En el coso la sombra circular de los tendidos poco a poco se cierra reduciendo el espacio fuertemente iluminado del ruedo, marcando así el tiempo transcurrido. Largas sombras que a las cinco en punto de la tarde del verano andaluz son pura poesía, y sangre desde luego. Pero aquí parece que tampoco quisiéramos verla, ni que los toros, además de toreros y públicos, son sol y arena.
Por olvidar cada vez mas lo anterior es que se van a acabar los toros en Cali, y no por la intolerancia políticamente correcta de los antitaurinos. Al comenzar mas tarde, cuando encienden los proyectores al cuarto toro se acaban las sombras, lo poco que se ve de la arquitectura de la plaza se diluye, desaparecen los rostros ceñudos de los toreros esquivando el Sol, las lentejuelas de sus trajes de luces se vuelven ridículas y todo un ritual, con música, gritos y olores, se vuelve mero espectáculo como de cantante en el estadio. Ni siquiera se les ha ocurrido que habría que iluminar la plaza desde un solo lado, como pasa con la luz del Sol, lo que se entiende en una ciudad sin atardeceres ni veranos de largos días, y en donde no se ha descubierto aun la técnica de la iluminación artificial. Aún cuando permanecen formas, texturas y colores, estos palidecen, se aplanan las otras y varían tanto las primeras que se vuelven otra cosa. Queda solo el teatro y la coreografía y todo una fiesta colectiva queda dependiendo de ellos, por lo que los errores se vuelven fatales.
Si se acaban las corridas perdemos todos; solo ganarán los aficionados de verdad que puedan irse a ver toros de verdad a España. Si es que no se han acabado allá también por su vieja necesidad de ser aceptados por esa Europa que ahora cuida los animales como antes mató hombres en sus guerras, que no fueron únicamente las del siglo pasado. Pierden los toros pues solo quedaran algunos aburridos en algún zoológico, y pierden los antitaurinos que se quedaran sin tema para protestar, que es en el fondo lo que mas los motiva, pues inconsecuentemente nunca se pronuncian en contra de las peleas de gallos ni del maltrato y muerte de pájaros y peces de la caza y pesca mal llamadas deportivas, y menos aun de un boxeo que les debía parecer de animales. Y pierde la ciudad, que ya perdió las carreras de caballos y se quedó sin alamedas y poco a poco sin los cerros que la abrazan y los ríos que la cruzan, como si no tuvieran vida. Pero lo peor sería que nos quedemos con el maltrato nocturno de los toros y sin el arte de la corrida: su lidia y muerte bajo el sol de la tarde.
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