La de este año de nuevo es reflejo de una ciudad producto de una cultura heterogénea, como suelen ser las latinoamericanas (N. García Canclini, Culturas híbridas / Estrategias para entrar y salir de la modernidad, 1990). Una ciudad que cuando apenas lo estaba siendo se pobló y extendió aceleradamente, en menos de un siglo, con gentes recién llegadas a lo urbano y lo moderno, y últimamente penetradas por lo mafioso, originado en la inútil, violenta, corruptora y costosa prohibición de (sólo) algunas drogas cuya adicción debería por lo contrario ser des criminalizada, como en todo el mundo (The Economist 14/11/2009), y tratada como un problema de salud pública. En consecuencia, el alumbrado navideño, la feria y los toros, de distinta naturaleza y origen, igualmente son producto de esa misma evolución.
La fiesta brava llegó con Belalcázar y los toros no mucho después (G. Arboleda, Historia de Cali, 1956). La Plaza Mayor ocasionalmente se cerraba con guadua para que jinetes quebraran cañas y corrieran novillos mestizos pero bravos para celebrar coronaciones de reyes y nacimientos de infantes, festejar santos patrones y agasajar presidentes y obispos, pues mientras en España se prohibían las corridas, en las colonias de ultramar revivían, e incluso los indígenas llegaron a desarrollar formas particulares de lidia, y fue una fiesta integradora en la que cada uno demostraba el lugar que ocupaba en la sociedad (P, Rodríguez, Los toros en la colonia, 1995). Pero aquí cada año se identifica menos con la ciudad actual, y viceversa, y los verdaderos aficionados disminuyen al tiempo que los antitaurinos aumentan.
Por su parte la Feria, en una región todavía sin música propia, se ve ante la incongruencia de que dizque siendo Cali la “capital mundial de la salsa” la tenga que tomar prestada del Caribe, y que sus festivales de música lo sean de la del Pacifico, sin duda muy bella, que a su vez viene del África negra y la Europa no blanca sino mora. Y aunque hoy se la identifica demagógicamente con la cada vez más numerosa población local originaria del Choco y el Pacífico vallecaucano y caucano, no pasa de ser, igual que los toros, una (nueva) tradición mas de una ciudad multicultural, como lo son por supuesto las de verdad, pero en la que todavía se confunde el volumen con la música y el escándalo con la alegría, por lo que aún no logra serlo del todo pese a lo mucho y muy diversamente poblada que ya está.
Y ahora nos quieren identificar es con el populismo, mal gusto, exageración, despilfarro y contaminación lumínica de un costosísimo alumbrado nada navideño. Lejos nuestros dirigentes de entender lo que se busca en Copenhague y la necesidad de arte, tradición y conocimiento de lo urbano en sus intervenciones en la ciudad, presos de una modernidad torpe y obsoleta y un progreso que no lo es. Como decía Ortega y Gasset a las puertas del fascismo (aquí lo estamos es del caudillismo), "Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera” (La rebelión de las masas, 1929). Los muchos caleños que pasean con cada vez mas orden y sana alegría por el alumbrado, merecen algo distinto y nuestro río también.
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