Lo que no se ha
dicho suficientemente, en estos días en que se habla tanto de Niemeyer y por lo
tanto de arquitectura, lo que es bienvenido, y de arquitectura latinoamericana
y no de la arquitectura espectáculo europea (que nos quieren imponer aquí pues
ya no quieren ni pueden allá), es que Brasilia es producto de Juscelino Kubitschek (1902-1976), quien supo escoger el
arquitecto para su capital, y antes para la modernización de Belo Horizonte
cuando fue su alcalde. Como el faraón Zoser a Imhotep
“el que viene en paz», sabio, médico, astrónomo, y el primer arquitecto y "científico" conocido (c. 2690 - 2610 a. C.). Sumo sacerdote de Heliópolis,
diseñó la pirámide escalonada de Saqqara, la primera, pues evidentemente tenía los conocimientos de cálculo y geometría
necesarios para dominar esas ciencias y lograrlo.
Tampoco
se menciona que la idea de una nueva capital en el interior del Brasil fue del
Marques de Pombal, en 1716, ni que en 1937 el proyecto fue incorporado a la
Constitución Nacional y que en 1947 se nombró una comisión para determinar su
sitio, la que fue ratificada en 1953, procediéndose a la investigación
geográfica respectiva. Cuando Kubitschek fue elegido Presidente en 1955, de inmediato
se hizo cargo de que fuera realidad a partir del diseño del Plano Piloto de
Lucio Costa, ganador del concurso con tal propósito, pero escogiendo a Niemeyer
como su arquitecto, el que no es directamente responsables de los problemas que
evidentemente presenta una ciudad con vías y carros pero sin calles y peatones,
pues, precisamente no era un urbanista. Y lamentablemente
la “planificación” de las ciudades satélites de Brasilia cayó en manos de políticos
clientelistas y corruptos.
Así, la capital utópica de
Hispanoamérica (las imaginadas "Colombo" de Miranda, "Las Casas" de Bolívar, o, la
"Argirópolis" de Sarmiento) se concretaría un siglo largo después en
Brasil, en donde sí creyeron (y creen) en la grandeza a que está llamado por la
naturaleza. Aquí nos tendríamos que
contentar, con la excepción de Uribia, en la Guajira, con cambiar la imagen de
las nuevas capitales en la medida en que su vasto territorio se subdividió
entre otras cosas para satisfacer la demanda “política” de capitales, como en
el antiguo Departamento de Caldas y por supuesto el Gran Cauca, con el
agravante de que como Cali, por ejemplo, son ciudades a las que les ha faltado
un Kubitschek o un
Peñalosa-Mockus al menos.
Como dijo Wittgenstein, el célebre filosofo y arquitecto
aficionado, la gran arquitectura es para inmortalizar algo (de Azúa, Diccionario de las artes, 2002). Al
servicio del poder religioso, político, militar y financiero, conforma
ciudades, es decir, escenarios de la cultura (Mumford, La cultura de las ciudades, 1938). Y de ahí que todo programa de
gobierno lo sea también de construcción (Braunfels, Urbanismo Occidental, 1983). O de destrucción, como en Cali para
los Panamericanos de 1971. Por eso es
necesario que los alcaldes se puedan reelegir para periodos seguidos. Y cruzar
los dedos para que escuchen a buenos arquitectos (ya no basta uno), cultos,
como fue Imhotep y recomienda Vitrubio. Es decir, precisamos políticos
cultos, lo que aquí y ahora es una contradicción. Solo queda tener un faraón
pero ahora salen “chaveados”.
Comentarios
Publicar un comentario