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Un Río. 31.03.2011

          En las viejas fotos del río de la ciudad, que por supuesto era otra, casi se oye el murmullo de sus abundantes y cristalinas aguas que se adivinan frías. Y sorprende la amplitud de sus riberas de cantos rodados de diversos tamaños, que dan cuenta de las grandes crecientes que dejaban la pequeña villa incomunicada con las haciendas del otro lado hasta que se levantó el largo puente cuyas cuatro anchas bóvedas de ladrillo quedaron ocultas en su última ampliación. Su primer recorte fue cuando se rellenó su orilla derecha para construir la larga avenida de la pequeña ciudad que quería ser la capital que ya era de repente, y se encausaron sus aguas con la nostalgia del Sena en su paso por París. Pero no con un muro de grandes sillares de piedra como allá si no de hormigón, material nuevo entre nosotros, y apenas con el sencillo pero digno enchape que aun se ve. Posteriormente se replicaron los muros al otro lado y se extendieron aguas arriba y abajo de la que llegaría a ser por esos años ese sueño atravesado por un río que recordamos los pocos que insistimos en recordar.
            Hoy nadie parece ver que ha perdido la mitad de sus piedras y sus aguas y que ya no son cristalinas, e ignoramos si siguen frías pues ahora nadie se baña en ellas y tampoco hay lavanderas lavando. Nadie detalla que los muros ni siquiera se enchapan ni tienen la leve inclinación de los de antes, ni que los han llenado de groseros espolones. Ni que nadie pasea ni sueña nada en sus riberas que ahora son ríos de ruidosos carros que pitan todo el tiempo, ni que sus puentes se multiplicaron olvidando la belleza de los primeros. Ni ven la burda intromisión de la ampliación de un sector de la vía de su margen izquierda que comenzó a volver realidad el sueño de un ilustre ingeniero local que propuso hace medio siglo construir encima del río una autopista digna de la ya entonces muy extensa ciudad hermana de Miami. Y la pesadilla es ahora el malecón más inútil del mundo que se pretende hacer, y los feos muros que se construyen en estos aciagos días en esta superpoblada metrópoli en la que casi todos no ven ni oyen ese río que ya no lo es pero que insistimos en llamar nuestro.
            Para que Cali sea de nuevo sea un paraíso y no una ruidosa pesadilla, solo se precisa entender que el río sale entre sus dos cerros tutelares por en medio de los cuales se pasa al mar, y ver la importancia espacial de la gran cruz que conforma con el corredor férreo que pasa por todo el medio el valle que está a sus pies. Y que su futuro esta justo donde se intercepta este eje de transporte regional, insólitamente abandonado, con el río que ya no es su eje lúdico. Pero lo impiden los políticos ignorantes y corruptos, los negociantes sin visión, y tantos ciudadanos que no lo son pues no han tenido tiempo de aprenderlo y son muy pocos los que pueden  enseñarles. En fin,  tenemos que comprender la importancia del río y el tren, juntos, pues para qué abundantes aguas cristalinas y sonoras y bellas piedras si no hay como ir a disfrutarlas, y para qué tren sino hay nada que ir a ver ni nada que recordar. Pero lamentablemente los alcaldes de ahora ya no van a París y si van no ven la importancia de un río en una ciudad, ni que el nuestro era de una belleza diferente.

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