“El paraíso terrenal está donde yo estoy”
decía Voltaire sin ser nada cándido, y para muchos caleños sin duda está en la
larga y empinada cordillera sobre la que se recuesta la ciudad al lado de sus
altos Farallones y rodeando sus cerros tutelares. Pero como lo advirtió Jean Paul
Sartre, “el infierno son los otros” y en Cali lo es para todos el
atropello permanente de todos con todo, desde los peatones y el tránsito
insoportable y el ruido ídem hasta las construcciones. Cada vez hay menos
“gente decente” como llamaba Voltaire a los buenos ciudadanos, que justamente son esos que no hacen nada en
contra de su conciencia (Fernando Savater, Voltaire
contra los fanáticos, 2015, p. 24).
Lugareños de verdad que si
advierten que aquí el verde omnipresente del paisaje también “es de todos los
colores” como lo vio Aurelio Arturo en Morada
al Sur mirando bien los campos cultivados
de su Nariño natal, es decir en la misma cordillera Occidental en la que
la vegetación es muy variada y exuberante y se da todo, pues, como escribió
Voltaire “sin variedad nunca hay belleza” (p. 76). Pero la corrupción en Cali
no sólo está cada vez mas lejos de lograr “sus justas proporciones”, las que
pragmáticamente recomendaba sin precisarlas el presidente Julio Cesar Turbay,
si no que por lo contrario lo abarca casi todo y la “mermelada” embadurna lo
demás.
Pero pese a todo el río Cali
sigue siendo, antes de llegar a la ciudad, claro, una belleza y un placer muy
del trópico caliente con su agua prístina y fría, sus sonoros saltos y sus
bellas piedras y profundos charcos. Pero Cali ya no es “un sueño atravesado por
un rio” como cantó Eduardo Carranza, y si cruzado por una ilegalidad de arriba
abajo pues lo único informal no es la economía sino hasta la Ley, ya que no
sólo las de los paramilitares son organizaciones paralelas. Con el agravante de
que “muy pocos se elevan por encima de las costumbres de su tiempo” como apunta
Voltaire (p. 83) y nos contentamos con hablar de “resiliencia” sin saber qué decimos
mientras muchos hacen lo que se les da la gana.
De otro lado, el clima de la
comarca, pese a los “niños” y las “niñas” cada vez mas fuertes e imprevisibles,
es tan confortable que basta un pequeño cambio de temperatura para que la gente
se queje injustamente del calor, el frio o el sofoco que envidiarían en tantas
otras partes, y que facilita hacer lo que causa mas placer, es decir “ser
libre” según atina de nuevo Voltaire (p. 104). Pero la irresponsabilidad con que
se maltrata la naturaleza es imperdonable y ya no se puede cantar con Juan
Ramón Jiménez que “está el cielo tan bello, que parece
la tierra” la que en el valle del rio Cauca lo es cada vez menos; no es sino
mirar viejas fotografías para verlo.
Finalmente,
abundan en Cali los idiotés, como llamaban
en la Grecia antigua a los que no participaban en política y se aislaban de la
sociedad mostrando desinterés por los asuntos públicos y, obsesionados por las
pequeñeces de la vida cotidiana, dejaban la toma de decisiones importantes para
la comunidad en manos de otros. Afortunadamente en la sultana del valle
las mujeres sacan
el cuerpo por ellos, y su caminado es único en el mundo (quizás en la Habana y
Rio) pues son como las flores que todavía abundan en sus ríos, sus cerros, la
cordillera y el valle. “Somos desdichados por lo que nos falta pero no felices
por las cosas que tenemos” diría Voltaire (p. 67).
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