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Voltaire en Cali. 21.07.2016


El paraíso terrenal está donde yo estoy” decía Voltaire sin ser nada cándido, y para muchos caleños sin duda está en la larga y empinada cordillera sobre la que se recuesta la ciudad al lado de sus altos Farallones y rodeando sus cerros tutelares. Pero como lo advirtió Jean Paul Sartre, “el infierno son los otros” y en Cali lo es para todos el atropello permanente de todos con todo, desde los peatones y el tránsito insoportable y el ruido ídem hasta las construcciones. Cada vez hay menos “gente decente” como llamaba Voltaire a los buenos ciudadanos, que  justamente son esos que no hacen nada en contra de su conciencia (Fernando Savater, Voltaire contra los fanáticos, 2015, p. 24).
Lugareños de verdad que si advierten que aquí el verde omnipresente del paisaje también “es de todos los colores” como lo vio Aurelio Arturo en Morada al Sur mirando bien los campos cultivados  de su Nariño natal, es decir en la misma cordillera Occidental en la que la vegetación es muy variada y exuberante y se da todo, pues, como escribió Voltaire “sin variedad nunca hay belleza” (p. 76). Pero la corrupción en Cali no sólo está cada vez mas lejos de lograr “sus justas proporciones”, las que pragmáticamente recomendaba sin precisarlas el presidente Julio Cesar Turbay, si no que por lo contrario lo abarca casi todo y la “mermelada” embadurna lo demás.
Pero pese a todo el río Cali sigue siendo, antes de llegar a la ciudad, claro, una belleza y un placer muy del trópico caliente con su agua prístina y fría, sus sonoros saltos y sus bellas piedras y profundos charcos. Pero Cali ya no es “un sueño atravesado por un rio” como cantó Eduardo Carranza, y si cruzado por una ilegalidad de arriba abajo pues lo único informal no es la economía sino hasta la Ley, ya que no sólo las de los paramilitares son organizaciones paralelas. Con el agravante de que “muy pocos se elevan por encima de las costumbres de su tiempo” como apunta Voltaire (p. 83) y nos contentamos con hablar de “resiliencia” sin saber qué decimos mientras muchos hacen lo que se les da la gana.
De otro lado, el clima de la comarca, pese a los “niños” y las “niñas” cada vez mas fuertes e imprevisibles, es tan confortable que basta un pequeño cambio de temperatura para que la gente se queje injustamente del calor, el frio o el sofoco que envidiarían en tantas otras partes, y que facilita hacer lo que causa mas placer, es decir “ser libre” según atina de nuevo Voltaire (p. 104). Pero la irresponsabilidad con que se maltrata la naturaleza es imperdonable y ya no se puede cantar con Juan Ramón Jiménez que “está el cielo tan bello, que parece la tierra” la que en el valle del rio Cauca lo es cada vez menos; no es sino mirar viejas fotografías para verlo.
Finalmente, abundan en Cali los idiotés, como llamaban en la Grecia antigua a los que no participaban en política y se aislaban de la sociedad mostrando desinterés por los asuntos públicos y, obsesionados por las pequeñeces de la vida cotidiana, dejaban la toma de decisiones importantes para la comunidad en manos de otros. Afortunadamente en la sultana del valle las mujeres sacan el cuerpo por ellos, y su caminado es único en el mundo (quizás en la Habana y Rio) pues son como las flores que todavía abundan en sus ríos, sus cerros, la cordillera y el valle. “Somos desdichados por lo que nos falta pero no felices por las cosas que tenemos” diría Voltaire (p. 67).

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