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Paradojas. 22.07.2020

Es muy ilustrativo comparar algunos comentarios a la columna ‘Estar en casa’ (El País, Cali, 16/07/2020). El señor Diego Tobar escribe: “Qué hermoso texto, pero no debería publicarlo en un periódico quizá tan común para la elegancia y suntuosidad de su preciado domicilio. Sugiero que podría quedarse en un álbum familiar pues de lo contrario es una afrenta contra una dura y cruel realidad que millones de personas que no figuran en ese muy reducido ‘cielo’ del cual hace usted mención. Se advierte obviamente, que usted no se entera del infierno de ellos”. Y el señor Alberto Furman señala que: “Digamos que el 70% de la población de Cali vive en palomares, donde en sus escasos 60 metros cuadrados viven mínimo cuatro personas. Entonces el hacinamiento es como en una cárcel, por eso se ven las personas sentadas en los andenes que a la larga es mejor que estar en casa”.

Otra lectura asas diferente es la del historiador y crítico de arquitectura Germán Téllez Castañeda quien piensa que dicha columna es: “Un elogio bien merecido del sentido islámico de lo que debe ser el hábitat cotidiano ideal. El de los califas cordobeses o los reyes nazaríes de Granada”, el que está presente en la arquitectura colonial y de tradición colonial del país, especialmente en sus climas cálidos o templados y, cómo acertadamente señala Antonio Armesto Aira, arquitecto y profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya, “casi sin hablar de habitaciones o cuartos se está hablando siempre de la casa y de la arquitectura como fuente de delicias y maravillas. O sea, de cómo lo ordinario es la base de lo extraordinario. De cómo los límites son la base en que se apoya el infinito”.

Paradójicamente ese ‘cielo’ del que habla Tobar se encuentra mucho más en la vivienda vernácula y campesina del país, en sus solares y vergeles, y en la tradicional de sus pueblos, en sus patios, toda de influencia hispanomusulmana, que no por pobres son menos bellos, que en tantos apartamentos lujosos y ni se diga en la mal llamada vivienda de interés social, que sí que carecen del correcto sentido de lo que debe ser un hábitat cotidiano ideal y, como se dijo en la columna de marras, “placer que los que no las tienen, o que [cuyas casa] son precarias, tienen que buscar siempre afuera”, y de ahí la importancia de los andenes, parques y plazas en las ciudades, en lo que tanto se ha insistido en la columna ‘¿Ciudad?’ especialmente para ese “70% de la población de Cali [que] vive en palomares”.

Por eso es que sí es pertinente escribir sobre arquitectura, y su papel para todos en la ciudad, y hacerlo en un periódico y no para un álbum familiar, ya que paradójicamente la calidad de vida, ya sea en cualquier casa o apartamento, en un barrio cualquiera de toda ciudad o pueblo, depende más de la cultura que tengan sus vecinos que del capital que disponga cada uno de ellos, y por eso, como agrega Téllez: “Lo ideal, claro, no es lo usual ni se encuentra fácilmente o se produce en abundancia”. Además la columna ‘¿Ciudad?’ “es una utopía en el sentido que les da Eduardo Galeano: metas en el horizonte que se alejan a medida que nos acercamos a ellas, pues siempre se deberán criticar colectivamente y ampliar, disminuir o enmendar” como se escribió en la titulada ‘¿Pensando o soñando?’ (14/06/2018) pregunta, como se ve, aún pertinente dos años después.

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