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Planificar o improvisar. 25.11.2020

     Mucho se ha hablado de los recientes cambios de orientación y dirección de la revista Semana, ocasionados hace poco por sus nuevos propietarios después de cuatro décadas de haber sido refundada, y no será sorpresa que no pocos cancelen sus suscripciones o al menos no las renueven cuando aparezca una ‘alternativa’, como sugiere Piedad Bonnett (El Espectador, 14/11/2020). Lo que sí sorprende es que a muy pocos les importe que la planeación de las ciudades en Colombia cambie cada cuatro años, como si sus ‘propietarios’ hubieran cambiado, ocasionando la colcha de retazos en que muchas se han convertido desde hace más de medio siglo con alcaldes elegidos por una minoría.

    Una ciudad hay que planificarla a largo plazo igual que un medio de comunicación debe permanecer lo más que se pueda, y al mismo tiempo permitir ajustes y cambios pertinentes; de lo contrario, como sigue ocurriendo en Cali, los planes, proyectos y obras se quedan sin iniciar o sin terminar o se modifican o son contradictorios, como sucedió con el Jarillón. Igual sorprende que así como se considera que un medio de comunicación debe tener un director idóneo, no se exijan alcaldes y concejales con algún conocimiento y experiencia en temas urbanos, paisajísticos, arquitectónicos y constructivos, y el conocimiento y vivencia de otras ciudades, además de lo económico y social.

     Y pensando en el corto plazo que para tomar medidas frente al cambio climático, además de huracanes e inundaciones, la realidad es que en Cali, por ejemplo, poco se ha logrado que sus habitantes se movilicen más caminado y en bicicleta, o aumentado la arborización de calles, parques, zonas verdes y lotes sin construir, y que en los edificios se utilice más su climatización pasiva permitiendo su ventilación cruzada y orientándolos bien o protegiendo sus ventanas para que no penetre el sol pero sí la iluminación natural, a lo que ayudaría mucho que los horarios se adelantaran una hora para aprovechar la luz del día, que en Cali varía apenas media hora a lo largo de todo el año.

     Además muchos se preocupan, con toda razón por supuesto, por el hecho evidente de que la inseguridad en la ciudad aumenta cada semana, e incluso algunos advierten que los accidentes disminuirían si no se permitiera que los carros se trepen a sus estrechos y escasos andenes obligando a los peatones a bajarse a las calzadas, más seguras y cómodas para caminar pese a que los puede atropellar un vehículo. Pero pocos entienden que con unos espacios urbanos públicos más despejados también sería mucho más fácil vigilar y controlar la delincuencia callejera, y de allí la pertinencia de las supermanzanas y las ciudades dentro de la ciudad pero a las que pocas bolas se les para.

    Si buena parte de los habitantes de Cali entendieran que todo lo anterior es necesario para una mejor calidad de vida en la ciudad, no se abstendrían de votar permitiendo que una minoría elija sus alcaldes y concejales, aduciendo siempre que no hay con quien, que da igual o votando por el menos malo. Pero, cómo hacer para que entiendan en qué consiste una verdadera ciudad si la gran mayoría de ellos no tienen la posibilidad de viajar a ellas y poder comprobar in situ lo repetido en esta columna hace más de 20 años, no quedando de otra que insistir en su educación cívica, como se hizo con éxito hace medio siglo en Cali pero que el siguiente alcalde abandonó y ninguno ha retomado.

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