Resumiendo lo ya dicho en columnas
anteriores en El País y Caliescribe, para acertar en lo que se piensa hacer con
el Mirador de Belalcazar es preciso analizarlo primero en sus tres aspectos más
relevantes, y hacerlo por separado para pasar después a verlos conjuntamente, considerando
que están interrelacionados entre si, y así poderlos valorar sumándoles por
supuesto otros aspectos que surgirán con seguridad, como el de su área de
influencia y la reglamentación urbano arquitectónica respectiva.
Este
Mirador es un muy importante hito urbano
de Cali, que identifica un lugar en la ciudad y a esta misma, y que está en la
memoria colectiva de todos sus habitantes y que sus visitantes recuerdan y lo
asocian con la ciudad, y de ahí la importancia de conservarlo como tal. Lo
mismo que los cerros de Las Tres Cruces y Cristo Rey por algo llamados
tutelares, y es pertinente señalar que el cerro de La Banderas no constituye un
hito, precisamente porque carece de un monumento que lo destaque.
La estatua que identificaba al Mirador,
realizada por el escultor español Victorio Macho (Palencia 1887-1966 Toledo)
muy reconocido entonces, y erigida en 1937 en el cuarto centenario de la
fundación de Santiago de Cali, tiene un valor artístico, más allá de sus
connotaciones estéticas, ya que es representativa de un momento de la historia
del arte como uno de los precursores de la escultura contemporánea española, y
un ejemplo de la arquitectura de los espacios urbanos y sus monumentos.
El carácter simbólico del Mirador es el
de un homenaje al fundador de Santiago de Cali y no a Sebastián Moyano
(Belalcazar 1480-1551 Cartagena de Indias) cuya vida es lo que habría que
explicar con hechos históricos comprobables de nuestras varias
transculturaciones, que el DLE define como la recepción de formas de cultura
procedentes de otra y que sustituyen de un modo más o menos completo a las
propias, por lo que juzgar esos hechos con criterios actuales sólo crea más
confusión.
En consecuencia, lo procedente es
cambiarle el nombre a Mirador de Cali, considerando que desde allí se puede
contemplar buena parte de la ciudad, el amplio valle alto del río Cauca, a sus
lados las Tres Cruces y Cristo Rey y atrás la Cordillera Occidental con sus
altos farallones coronándola; y poner alrededor del pedestal placas
explicativas de la fundación e historia de la ciudad, de su fundador, del
monumento mismo, del vandalismo que sufrió y del porqué este llevó al cambio de
su nombre.
Por eso hay que reintegrar la estatua y
levantar allí mismo otras a los indígenas y los esclavos africanos,
constituyendo de esta manera el renovado Mirador de Cali un monumento al
mestizaje de la gran mayoría de los colombianos cinco siglos después de la
llegada de los españoles, de los que quedaron, además de la religión, las
ciudades, la arquitectura y la lengua, la que precisamente nos permite
expresarnos y comprender a los demás, aspectos fundamentales para poder
debatir.
Como dice el DLE,
un monumento es una obra pública en memoria de alguien o algo, y con los años
puede pasar a ser considerado un bien de interés cultural, BIC; una herencia
cultural propia del pasado de una comunidad, con la que esta vive y que
transmite a las generaciones presentes y futuras, dice la UNESCO. Lo que es de gran
importancia en una ciudad que crece tanto y tan rápido como Cali, para que sus gentes
se identifiquen con ella y se respeten entre ellos y a su ciudad común.
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