El estar de acuerdo, aunque en mayor o menor grado, con todos los 60 puntos del ideario de Alejandro Gaviria, obliga a señalar cinco que le faltaron, al menos por ahora, y que tienen que ver con las ciudades, ya que son la base de casi todos los demás. Tema que no se puede dar por ya sabido pues es evidente que no lo está para la gran mayoría de los colombianos y de los candidatos a la presidencia, gobernaciones o alcaldías que no lo han estudiado como les corresponde, lo que es muy preocupante.
Pese a que en las ciudades ahora viven más de la mitad de los cerca de ocho mil millones de habitantes del planeta y en Colombia cerca de las tres cuartas partes de sus cerca de 50 millones, ni siquiera se mencionan. Lo que lleva a no entender que la base del asunto es su muy rápido crecimiento, y que este es un problema de fondo que pone en entredicho buena parte de los 60 puntos que plantea Alejandro Gaviria, principiando por el mejor desarrollo de la democracia, urgente en este país.
El no darse cuenta de la importancia de las ciudades implica, por consiguiente, que no se diga nada de la necesidad de auspiciar el crecimiento de las más pequeñas para que se conviertan en ciudades intermedias que son comprobadamente las de mejor calidad de vida. Y que al tiempo se disminuya el fatal crecimiento de las más grandes y su expansión incontrolada invadiendo el campo circundante, así como su descentralización y las vías que las interconecten: ferrocarriles y autopistas.
Nada se habla de la evidente relación de las ciudades con el cambio climático en tanto generadoras directas e indirectas de gases de efecto invernadero, desperdicios y basuras, ni que son grandes despilfarradoras de agua y energía. Nada de la necesidad urgente de poder contar en las más grandes ciudades con sistemas integrados de transporte público, desde los trenes de cercanías a los trolebuses, ciclovías y andenes caminables, en lugar de dejarlas llenar de más motocicletas.
Tampoco se menciona la necesidad, crucial en las ciudades, de más y mejor educación cívica y ambiental pertinente a la calidad de vida en ellas y así la incremente, incluyendo la responsabilidad de tener menos hijos para poder criarlos y educarlos mucho mejor pensando en su mejor futuro. Un futuro que ineludiblemente será cada vez más urbano, aquí y en todas partes del mundo, y por quien sabe cuantas generaciones más si es que no se deja que el cambio climático cambie de pronto todo.
Y no se dice nada de la necesidad de preservar y valorar los monumentos, hitos urbanos y centros históricos de nuestros pueblos y ciudades, ni de la urgencia de aclarar su papel en nuestra historia y en el contexto urbano de cada una. Queda en claro el desconocimiento del papel de la cultura de las ciudades en la civilización desde hace miles de años, y de su ausencia en este país que en tantos aspectos parece estar aún en la barbarie, sumido en la violencia, el clientelismo y la corrupción.
Para terminar, hay que invitar a que se señalen otros puntos, y a que se hagan las correcciones, precisiones y aclaraciones del caso del que sin duda será un programa de gobierno que permitirá votar por propuestas concretas como tanto se ha insistido en esta columna no en vano titulada ¿Ciudad?. Es preocupante ese olvido recurrente de lo urbano/arquitectónico en la política en Colombia, un país que desde hace un siglo pasó de ser mayoritariamente rural a serlo mayoritariamente urbano.
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