La naturaleza es lo primero a pensar en las propuestas para el mundo, los países y sus ciudades; ver cómo pueden contribuir a evitar el cambio climático, la disminución de la biodiversidad, la contaminación del aire y el agua, y la destrucción de bosques y selvas, y lograr su reforestación. Dejar de usar combustibles de origen fósil y pasar a energías limpias; reutilizar las aguas servidas; evitar las basuras y desperdicios; y reutilizar todo lo que se pueda.
La guerra hay que combatirla a fondo y públicamente por todos los medios al alcance de cada país y de cada ciudadano; hay que lograr la total prohibición de las armas de extinción masiva, que las fábricas de armamento convencional se dediquen a producir herramientas para la vida. Y respecto a las guerras internas hay que dejar de lado las polarizaciones y llegar sin populismos ni mentiras a verdaderos acuerdos de paz que se puedan concluir.
La inseguridad no sólo es un tema de más y mejor policía, incluyendo policías municipales en donde no las haya, sino de educación, control y justicia; y por supuesto controlar el porte de armas por parte de particulares. Y respecto a la seguridad de las construcciones ante temblores, incendios, huracanes, deslizamientos e inundaciones, se trata de establecer nuevas normas urbano arquitectónicas actuales y pertinentes, y desde luego hacerlas cumplir.
La pobreza no sólo lo es por la falta de trabajo sino de educación y cultura, y es potenciada por la segregación urbana, económica, social y étnica, sobre todo en las ciudades, en las que se encuentra más miseria que en el campo, lo que debería llevar a pensar que no se trata de un problema solamente económico sino cultural: un conjunto de valores, creencias, objetos y costumbres de una determinada sociedad que, junto a otras, conforman una ciudad.
La calidad de vida, relativa a la vivienda, la salud, la educación, la recreación y el trabajo, hay que pensarla como un todo integrado, ya que todos estos aspectos están mucho más relacionados de lo que generalmente se cree, lo que implica la movilidad, especialmente en las ciudades. Pensar solo en unos aspectos y no en todos al mismo tiempo, es un repetido error, y bastaría con que se tengan en cuenta los otros cuando se trabaja en uno de ellos.
Las ciudades, y su relación con el campo, la naturaleza, las guerras, la pobreza y la calidad de vida, son prioritarias; en ellas inevitablemente pronto terminará habitando la mayoría de los habitantes del mundo, y a muchos hay que convertirlos en verdaderos urbanitas principiando por muchos alcaldes miopes en sus propuestas y decisiones. Ante todo, un alcalde debería ser una persona con estudios y experiencias pertinentes a las ciudades, además de culta y viajada.
La ignorancia hay que evitarla con más y mejor educación: ambiental, cívica y política, y sus interrelaciones; orientar la política a lo ambiental, lo cívico, y a la paz principiando por la interna; no se trata de izquierda ni derecha sino del futuro. El que las mejores democracias se dan en países pequeños, y con mejor calidad de vida, debe llevar a pensar en la importancia de que en los más grandes sus diferentes regiones y culturas puedan tener mayor autonomía.
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