Este pequeño viejo y central barrio de Cali es, al contrario de Barichara, un ejemplo de cómo el no conservar inteligentemente las tradiciones urbanas y arquitectónicas del país junto con algunas de sus costumbres, influye negativamente al querer vincular sus ciudades y pueblos al turismo, nacional e internacional, el que es la ocupación de cada vez más personas en Cali y una rama de la economía en crecimiento en Colombia. Pero hay que impedir que derive fatalmente hacia su aspecto más negativo al devaluar el objeto mismo que buscan los visitantes, en este caso el urbanismo de origen colonial del país y su arquitectura tradicional de raíz hispanomusulmana, junto con sus músicas, climas y paisajes.
A poco más de 1000 msnm y a 3°27’00’’N, el barrio es de un agradable clima tropical templado y se caracteriza por su trazado en damero de manzanas con pendientes, apreciables desde su parte más alta, pero afectadas por nuevas construcciones que alteran su uniformidad. Sus calles están en buen estado y limpias, pero con vallas, afiches, pintadas, postes, marañas de tendidos eléctricos, y carros y motos estacionados en ellas, algunos invadiendo sus andenes, los que son una vergüenza por su estrechez e irregularidad; es perentorio ampliarlos y destinar más parqueaderos públicos en la periferia como ya existen algunos, lo mismo que eliminar el ruido ajeno en algunos sectores.
Su arquitectura original es de grandes y pequeñas casas bajas; muros de adobes con base de piedra; fachadas blancas, algunas con zócalos pintados; pocas ventanas y puertas de madera casi siempre pintadas. Pero ahora los letreros de restaurantes y almacenes son los que se destacan, muchos perpendiculares a la pared; los interiores de patios y solares han sido ocupados; y las techumbres de rojas tejas árabes de barro cada vez son menos. Eran casas todas muy parecidas mas nunca idénticas, pero cuyas armónicas diferencias las identifican con claridad, y no como ahora con escandalosos colorinches en contra de las normas vigentes y ante la total falta de control de las autoridades.
El paisaje que remata el barrio hacia la Cordillera Occidental es la colina de San Antonio con su capilla colonial y su variada vegetación, constituyendo un bello complemento de su imagen urbano arquitectónica original; pero más atrás las nuevas construcciones invaden cerrilmente el piedemonte de la cordillera. San Antonio es claramente parte de la ciudad junto con su paisaje de montañas, las que tanto caracterizan a las colombianas, muchas en el piedemonte de sus tres cordilleras y al lado de ríos de alta pendiente, y valles o sabanas a sus pies por las que discurren grandes y lentos ríos, y algunas con centros o barrios históricos, y también pequeños pueblos cercanos de carácter patrimonial.
Muchos de los anteriores habitantes de San Antonio se han ido y muchos de los nuevos aún no son conscientes de que el cuidado del barrio es básico para su futuro y para el presente de todos los que aún moran en él; es preciso educarlos para que no dejen que algunos ávidos comerciantes que ahora acechan, lo dañen en perjuicio de los que sí entienden que el conservarlo bien es definitivo para el futuro de sus negocios, ya sean restaurantes, bares, hoteles, hospedajes, almacenes y otros. De ahí la importancia de que la Asociación de Vecinos de San Antonio y la Junta de Acción Comunal sigan empeñadas juntas en su correcta conservación y en la plena convivencia de sus habitantes.
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