El “vivir sabroso” de la vicepresidente Francia Márquez seduce, e invita a soñar en lo que eso significaría desde un nacimiento deseado a una muerte sin sufrimiento, en una vida para casi todos amena, entretenida, alegre y sin mayores molestias, significativa y altruista. Y qué implicaría para mejorar la crianza, educación, salud, trabajo, sociedad, ciudades, cultura y, claro está, la política.
Una crianza sabrosa en una familia de adultos responsables, educados, sanos y con trabajo, con menos hijos pero sí vecinos, primos y amigos para aprender jugando sabroso a escuchar, meditar, hablar, leer y escribir; y que constituya el inicio definitivo de la educación posterior y esta de la vida sabrosa. Comida y bebida sanas pero sabrosas, y costumbres y usos sabrosos por lo pertinentes.
Educación cívica, sabrosa y para todos, junto a deportes, música y teatro, desde el kínder, incluyendo antropología, matemáticas, ciencias, humanidades, artes, y geografía e historia del país antes y después de la llegada de los españoles hasta la globalización y el cambio climático. Y un preuniversitario para identificar y orientar capacidades e intereses y escoger oficios o profesiones.
Salud orientada a prevenir y no tener que curar, ligada a la educación, vivienda y deporte, financiada por el Estado para todos, pero según cada caso. Y sabrosos remedios caseros, debidamente avalados por la ciencia, incluyendo esos sabrosos vegetales cuya prohibición, pese a sus posibilidades para la salud, ha sido impuesta por sus mayores consumidores que poco a poco la legalizan allá.
Trabajo para todos, y para todos una ocupación sabrosa, es decir, estimulante y agradable, no repetitiva, y con posibilidades de desarrollo según los méritos e intereses de cada uno y su deseo de aprender y no apenas la procura de un pago. Que el trabajo no sea sólo una actividad intelectual o física, sino las dos juntas y sabrosas, aun cuando lo deban ser en diferentes proporciones en cada caso.
La sociedad sería más igualitaria económicamente y sin discriminaciones de todo tipo, siempre respetando a los otros, pero sin perder las tradiciones locales. Que sea sabroso socializar y poder extender al conjunto de los seres humanos algo limitado antes a unos pocos, principiando por la cultura, el urbanismo y la arquitectura locales, íntimamente entrelazados con todo lo dicho antes.
Por eso las ciudades, que en tanto pequeños caseríos iniciaron la civilización y ya son ineludibles, serían seguras, funcionales, confortables, estimulantes, bellas y emocionantes; junto con sus viviendas, sitios de trabajo, comercio, educación, recreación y demás. Que vivir en ellas como urbanitas sea muy sabroso, y poder visitar con frecuencia otras bellas ciudades como viajeros curiosos.
Una política sin la polarización, populismo y posverdades que señala Moisés Naím, y bastaría un ministerio por cada uno de los temas anteriores. Políticos que participen con sus propuestas y ciudadanos con su voto preferencial, en una real democracia en la Polis, pero con policía suficiente, eficiente y educada, como en los mejores países, pues no faltan los que no dejan vivir sabroso.
Esta nueva cultura para vivir sabroso sumaría a la anterior incultura todo lo soñado arriba, pero mientras tanto es prudente despertar para buscar cómo lograrlo, y que ahora sea sabroso hacerlo y no lo contrario como antes. Es decir, con una verdadera revolución cultural y pacífica guiada por muchos líderes cultos, estudiados, viajados y con experticia y experiencia, y no corruptos caudillos.
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