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Ideas. 08.03.2023

 Esta “historia intelectual de la humanidad” como subtitula Peter Watson, su importante libro de 2019, deja claro que el desarrollo en todas partes, desde la prehistoria hasta la actualidad, ha sido agregar espontáneamente nuevas ideas, que puede que después terminen reemplazando lo elaborado con ellas. Como en las lenguas, usos, costumbres, oficios, saberes, creencias, rituales, políticas, armas, guerras,  literatura, música, bailes, teatro, dibujo, pintura, escultura, arquitectura, ciudades y profesiones, y en matemáticas y ciencias que se basan en hipótesis falseables, solo válidas hasta que nuevos datos las precisen o reemplacen (Karl Popper, La lógica de la investigación científica, 1934).

El conocimiento del pasado, y no apenas del presente, que el ser humano transmite creando expectativas para el futuro, lo distingue de los animales (Karl Popper y John Eccles, El yo y su cerebro, 1977), y conforma poco a poco usos, costumbres, símbolos, mitos y religiones que los poderosos utilizan para controlar cada vez a más gente y, junto con la guerra, para ampliar su dominio territorial y económico, al punto de que aquellas, o su amenaza, han estado siempre presentes; y con este propósito, se debería recurrir a nuestro carácter de homo sapiens y estudiar “una historia de la humanidad a través de la guerra” en el libro de Fernando Calvo, Homo Bellicus, de 2021.

Por otro lado, el desarrollo de las ciencias, y de las matemáticas en las que aquellas se basan cada vez más, permitió el perfeccionamiento de las técnicas a tal punto que hoy estamos amenazados por una guerra nuclear, el cambio climático, la sobrepoblación y el consumismo, y las democracias, por su parte, están amenazadas de nuevo. Pero para que mueran las ideas en lugar de nosotros, como pedía Popper, paradójicamente hay que recurrir a esas mismas ciencias para demostrar las polarizaciones, populismos y posverdades que manipulan desde siempre los falsos políticos y que ahora amenazan a las democracias (Moisés Naím, La revancha de los poderosos, 2022).

Las 1.190 páginas del texto del libro de Peter Watson, más 170 de notas, reafirman que somos una misma especie con distintas etnias y diversas culturas, las que se mezclan e interrelacionan unas con otras a lo largo del tiempo y a lo ancho del espacio en Eurasia, y verticalmente en África y América, y cada vez más rápido, al punto de que cada vez somos más mestizos parecidos unos a otros, lo que tiene esperanzadoras connotaciones económicas, sociales y políticas, mas no así para las muchas interesantes y significativas diferencias de las tradiciones culturales, las que hay que proteger más que nunca y disfrutar mucho más de ellas viajando a sus sabrosos lugares de origen.

El año 1000 fue “un año bisagra” recuerda Peter Watson, cuando antes o después muchas cosas cambiaron mucho; y mil años después el 2000 igualmente lo es, pero sólo que ahora son unas pocas cosas en las que la humanidad debería centrarse en cambiar, pues hay que reemplazar el homo bellicus por el homo viator, de paso por la tierra, y haciéndole honor a un homo sapiens que practique la biofilia. Urge entonces cambiar la educación de muchos habitantes de la Tierra para que conozcan su historia más allá de fechas y nombres de reyes, y cómo esta se debe en buena parte a la geografía más acá de nombres de ríos, mares y cordilleras; pero cada vez queda menos tiempo para hacerlo.

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