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Identidad. 08.05.2003


Es la segunda de las seis claves de que habla Hernando Gómez Buendía (Semana, 28/04/2003) para que los municipios funcionen mejor en Colombia. La primera es la comunidad, sobre la cual no hay (aparentemente) dudas. Pero ¿qué es la identidad? ¿La identidad de la comunidad con que? Gómez Buendía piensa que se trata de “descubrir o construir esa comunidad imaginada o de sentido que haga de cada unidad territorial un talante, una historia, una vocación, un proyecto”. Bien. Pero además de territorio deberíamos hablar de su paisaje,  que es lo que se ve, y tratándose de las cabeceras municipales (en donde viven la gran mayoría de los habitantes de la mayoría de los municipios) deberíamos decir paisaje urbano. Se trata pues, de la morfología de las ciudades, también.
          Hay que mirar, entonces, esas formas arquitectónicas y urbanas que identifican cada ciudad. Que marcan y limitan el territorio para las diferentes generaciones, procedencias, niveles socio-económicos, ámbitos culturales e intereses particulares de los miles y hasta millones de individuos que habitan en cada una de las centenas de ciudades y regiones que existen en el país. Que hacen que cada una sea diferente de las otras, un sector de los otros, un barrio de los otros, una calle de las otras y una casa de sus vecinas permitiéndoles no estar tan perdidos en el universo o al menos estarlo en compañía. Por supuesto el tener definido el territorio –mediante el reconocimiento de su paisajes- es algo mas que un problema de simple sobrevivencia: lo es también y en mayor grado de identidad cultural; de vivencia y por lo  tanto de disfrute.
          Además de talantes, historias, vocaciones y proyectos, deberíamos hablar del patrimonio construido. Ahí está, en frente de todos, en su cabecera municipal, lo mas perdurable, tangible y real de lo que identifica a una comunidad con su municipio. Ese es el principal valor cultural del patrimonio y no solo su valor artístico ni tampoco el valor comercial, aun cuando suele ser este el que con mayor frecuencia logra salvarlo de la estupidez. El patrimonio construido es eso: patrimonio. Pero pese tener siempre importancia cultural y a tener con frecuencia valor comercial y en ocasiones representar además un valor artístico, no se lo guarda con el mismo cuidado que, por ejemplo, el dinero. En general en este país de ciegos estos temas no se ven por lo que no se les concede la importancia que tienen.
          En Cali, por ejemplo, no ha sido primordial rescatar su bello paisaje de la decidía y la ignorancia. No solo sus cerros y ríos sino su exuberante vegetación. Ni siquiera se conservan los alrededores de los edificios que quedan de la Colonia y se ha permitido levantar innecesarias “torres” que los afectan como en La Merced y San Francisco. Se permite, eso si, que se tape la vista de los miradores de Belalcazar y San Antonio y que se llene la ciudad de propagandas en lugar de dotarla de nuevos monumentos. En vez de mejorar el entorno de los pocos que hay, y que merecen ser nombrados así, se hacen espantosos monigotes de pasta. En cambio de prohibir las culatas de los edificios y volver fachadas las existentes, se las “oculta” con “murales” que rápidamente se vuelven horribles si ya no lo eran desde el principio. Somos una comunidad ya casi sin identidad; ni para que hablar de las otras cuatro claves.

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