La mayoría de los homicidios del país
ocurre en las ciudades (casi el 80% vivimos en ellas) y se deben a problemas
intrafamiliares, delincuencia común, justicia privada y altercados de fin de
semana. Mas los muertos en accidentes de transito de una "zoociedad"
que estaciona en los andenes y camina por las calzadas ante la indiferencia de
las autoridades. Juntos superan los de la guerra interna. Esta violencia
urbana, que incluye el ruido, la mugre y el irrespeto de los derechos de los
otros, es alimentada por la falta de espacios urbanos adecuados y de ciudadanos
de verdad. Somos campesinos a la que no se le ha enseñado a habitar en
ciudades, que sobrevivimos sin arte en conglomerados enormes, que no ciudades,
pues la trivialización de la arquitectura y el urbanismo modernos destruyó gran
parte de las poblaciones tradicionales en un país que pretendió ser moderno
antes que urbano.
Ignoramos que las
ciudades son construcciones que conforman espacios urbanos y arquitectónicos,
privados y públicos, y que deben ser artísticas: significativas, emocionantes y
evocadoras. La mayoría no tiene raíces en ellas ni la educación para
preocuparse por su historia. Insensibles a lo urbano, desconocemos la
importancia del patrimonio construido. La ignorancia de su valor económico y
cultural, mas que la codicia y la corrupción, es lo que lo destruye. Cambiamos
casas estupendas por mezquinos apartamentos que no parecen de aquí. Sin
embargo, pese a los intentos de "modernizarla" Cali insiste en
permanecer. Su centro, por ejemplo y no obstante su deterioro creciente, sigue
siendo su zona más animada, concurrida y hasta bonita. Y la más democrática.
Con los Juegos
Panamericanos de 1971 se inicio la demolición y abandono de buena parte del
patrimonio arquitectónico y urbano del centro histórico para levantar las
"torres" con las que se escenificaron. Esto generó violencia pues no
solo es el desperdicio de lo ya construido, sino que se causó un trauma social.
Desaparecer las tradiciones y lugares que unían culturalmente las diferentes
generaciones y procedencias de sus habitantes, fue contribuir a ese desarraigo que
hoy tienen con su demasiado nueva y poblada ciudad.
Aunque algún día Cali
vuelva a ser limpia, segura, ordenada, silenciosa y bonita, como a mediados del
XX, ya no podrá tener -también- la belleza de la ciudad tradicional que fue.
Hay que darle una nueva. Han quedado usos, costumbres y memorias que precisan
nuevos espacios. Sin dejar de hacer parques hay que volver a hacer plazas. Hay
que remodelar esas vías simplemente anchas para volverlas verdaderas avenidas.
Y hay que recuperar las calles por que son el espacio público fundamental de
las ciudades. Parece simple, mas lo esencial es ampliar y liberar los andenes,
obligar a seguir los paramentos, regularizar las alturas y darle prioridad a la
gente sobre los carros.
Pero las ciudades no
son solo sus construcciones y espacios urbanos sino también sus gentes,
actividades, climas y paisajes. Y su historia. Hace falta que el nuevo Alcalde
se haga a una idea clara y culta de lo que es una ciudad, y que entienda que el
artefacto es tan importante como su situación económica, social y política y
que influye decisivamente en ellas. Que recuerde que polis alude tanto a la
ciudad material como a la convivencia creativa de sus ciudadanos, a su
política.
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