No hay muchas ciudades en el mundo con
un cerro enorme como el de Cali. Los bellísimos morros de Rió de Janeiro o Hong
Kong son otra cosa como también los cerros extendidos de Santiago, Caracas,
Bogotá o Medellín, o los incomparables volcanes y nevados que rodean y amenazan
a Quito. El de Las Tres Cruces es un cerro imponente acompañado además por el
mas grande de Cristo Rey y la gran cordillera atrás en la distancia. Sus
formas, colores, tonos, texturas y sombras son impactantes. Un paisaje
maravilloso cuando se ven por momentos los Farallones al final de este
planísimo valle.
La villa colonial que
fue Santiago de Cali estaba a sus pies y su Plaza Mayor, en donde se hacía el
mercado semanal y se corrían toros en las grandes celebraciones, lo tenía como
telón de fondo después del “río de la ciudad”. La ecléctica pero bonita pequeña
capital europeizante que la reemplazó en la primera mitad del siglo pasado,
cuando se creó el Departamento del Valle del Cauca, se pasó al otro lado del
río y allí creció abrazada a su cerro con amor. Aun ahora se ve al extremo de
muchas calles y avenidas y son muchísimos los edificios y lugares que disfrutan
de su vista. Con Cristo Rey, los Farallones y el Río Cali es (o al menos era)
uno de los símbolos de la ciudad.
Arriba
de las cuatro ceibas que guardan a Bolívar (que volverán un día a ser enormes),
el cerro, en todo su esplendor, marca el final del Paseo que lleva el nombre
del Libertador. Cuando se transita por la Calle Quinta hacia el norte siempre
está presente pero es en la subida, que precede el descenso que lleva al río,
que de pronto se descubre imponente con sus cruces casi en el eje de la vía. La
misma emocionante sorpresa se tiene cuando en el mismo sentido se pasa al lado
del puente Alfonso López, el mas bonito de la ciudad (en donde antes estaban
con dignidad los bomberos), en el cruce vial del Club Colombia. O cuando
aparece repentinamente en muchas de las calles perpendiculares al río, como la que
rodea al Hotel Intercontinental.
Todos los edificios
de la margen derecha del río tienen una espectacular vista de las Tres Cruces
al otro lado de ese sueño verde que atraviesa a Cali. Desde las plazas
geminadas de su Centro Administrativo Municipal es posible verlo. Detrás de la
hermosísima Torre Mudéjar aparece en la Plaza de San Francisco. Bella es la
visual que se tiene hacia él desde el atrio de la Iglesia de San Antonio o, mas
arriba, desde del Mirador de Belalcazar. El costado más memorable de la plazuela
de La Tertulia era el cerro y en El Obelisco, en donde antes se daba la vuelta
del beso y todavía se comen empanadas, estaba también presente hasta que hace
no muchos años lo taparon codiciosos e insulsos edificios innecesariamente
altos.
Muchísimas ciudades
desde siempre se deben a sus ríos, mares o lagos pero son pocas las qué se
identifican con sus cerros, como Cali y otras ciudades y pueblos colombianos.
Ciudades de montaña que suelen estar en esta parte del mundo a lo largo de los
largos Andes que en este país, como para que no quepa duda, se multiplican por
tres para bien y para mal. Pero en general están en pequeños valles o grandes
sabanas, al lado de los cerros. Solo Cali rodea el suyo.
Viniendo
del mar, después de cruzar el frió, la niebla y la cordillera, se baja hacia la
ciudad en medio de sus dos imponentes cerros por el cañón de su torrentoso y
limpio río. Llegando de Yumbo, Palmira, Florida, Candelaria, Pradera, Puerto
Tejada y Jamundí, allí están siempre. Tener sus cerros, su río, su clima y su
espectacular vegetación, es un privilegio de Cali. Pero la belleza que nos
rodeaba fue tanta que nos deslumbró y nos volvimos ciegos; hablamos de ellos
pero no los vemos: no advertimos las feas antenas que compiten con las Cruces y
el Cristo Rey, ni su deforestación que ya es tan vieja que parece que siempre
hubiera sido así, ni mucho menos la invasión que trepa por detrás.
Cómo no recordar los
bellos versos de Carlos Pellicer: “Por la vista el bien y el mal nos llegan.
Ojos que nada ven, almas que nada esperan.”
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