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La guerra en la ciudad. 02.05.2002


Su vecino se va a vivir a otro lado y pone o alquila su casa para un almacén, laboratorio, restaurante, en fin, un local cualquiera. La demanda de estacionamientos se incrementa. La calle del barrio, diseñada solo para el trafico local y los garajes de sus viviendas unifamiliares, no da abasto, y menos si a ella se han pasado rutas de buses o un par vial, o han aparecido otros locales. Pronto la gente comienza a subir los carros a los andenes y terminan boqueando sistemáticamente su garaje. Aparecen vendedores ambulantes que se instalan contra su reja. Después de mucho renegar usted se decide a reclamarle a su vecino, o su inquilino, pero este le responde airadamente que si es que se cree dueño de la calle. Es la primera escaramuza.
          Usted, que considera violado groseramente su derecho a entrar y salir de su garaje, llama a la policía del Cai pues al lado dicen que ese carro no es de allí; van pero no hacen nada y le recomiendan "arreglar" con su vecino, o su inquilino. Llama a la grúa, pero cuando media hora o una hora después llega (si es que va) el carro que causa el problema ya se ha ido. La policía y los de la grúa se aburren de "ir para nada" y comienzan a evadir sus llamadas. Ellos suelen llegar tarde (por seguridad) y usted ya ha tenido que dejar su carro en el garaje varias veces y tomar taxi. Ya está en plena batalla y va perdiendo.
          Desesperado pasa al ataque y pone esos cilindros de concreto que regalan en las construcciones, o simples pero efectivas piedras, para demarcar y defender el que empieza a considerar "su" espacio y no solo su derecho a él. Su vecino, o su inquilino, lo o la denuncia, con razón, por haber invadido sin permiso el espacio público con bolardos que además no cumplen la reglamentación. La autoridad competente le ordena quitarlos pero usted, que ya considera que de víctima ha pasado a victimario, no lo hace ni muerto (a); y las autoridades tampoco: se les acabo la gasolina o no disponen de personal. Ya es guerra declarada.
          Usted se queja inútilmente en todas partes y comienza a sospechar que hay corrupción de por medio. Su vecino, o su inquilino, no tiene los permisos que usted descubre que se requieren para cambiar de uso en un barrio residencial, y los requerimientos de su abogado (ya le pidió a un amigo que lo o la ayudara) no son contestados. Los demás vecinos a los que acude buscando respaldo, al no estar afectados tan directamente (vendieron el carro o también pusieron una tienda en su garaje) no quieren comprometerse. Pero algún aliado le informa que su vecino, o su inquilino, frecuenta la sede política que un concejal, diputado o congresista ha instalado en la cuadra, también sin permiso; más faltaba. Comienza la batalla campal.
          Ya no solo quiere entrar o salir cuando le de la gana (ahora considera que los carros que estacionan en "su" anden enfrente a su casa le impiden hacerlo incluso a pie) sino que, aunque nunca a caminado por el barrio, lo o la enfurece de pronto, y por supuesto con razón, que estacionen carros en los pequeños antejardines (prohibido como también ha descubierto) porque quedan con la cola afuera interrumpiendo el anden. Su lucha es ya para que le cierren a su vecino, o su inquilino, sus negocios ilegales (descubrió que son varios) que ha instalado en lo que solía ser un barrio tranquilo, y los acusa de sospechosos. Es la batalla final.
          Como esta, se libran cientos todos los días en Cali. Por el trafico, los garajes, los estacionamientos, el ruido, las basuras, las obras, los cambios de usos y normas, con o  (generalmente) sin permiso y la ocupación de antejardines, pórticos, andenes y calles. Es la guerra urbana que no lleva (en general) a la muerte pero que impide vivir con seguridad, dignidad y placer. La solución por supuesto es fácil (?): educación ciudadana, normas pocas pero radicales, multas ejemplares y autoridades que las hagan cumplir. Lo contrario, precisamente, de lo que hay aquí. Pero la gente solo reacciona cuando la guerra toca a su puerta.


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