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Arquitectura y poder. 23.08.2007


En Egipto las ciudades eran para los campesinos que durante la inundación anual construían las tumbas de sus faraones. Palacios y templos también eran deposito de tesoros y alimentos, y centro de comercio, educación y hasta de recreación. Los griegos los juntaron con ágoras y estoas en lo bajo de acrópolis para sus dioses, erario y defensa. Los romanos agregaron foros, basílicas, coliseos, hipódromos, teatros, bibliotecas y termas. A lo largo de la Edad Media se levantaron muchas ciudades a partir de los campamentos de las legiones romanas, a las que se agregaron grandes catedrales, iglesias, conventos, castillos, mercados y sedes gremiales. A partir de la Florencia renacentista la ciudad es el escenario del príncipe (Félix de Azúa: La invención de Caín, 1999), con su palacio dominándola, la que nos llegó ya sin príncipe con la espada, cruz y lengua de capitanes, soldados y curas: cerca de 300 se trazaron en el Nuevo Mundo en las primeras décadas de la Conquista.
Todo tirano se desdobla en su arquitecto, Luis XIV en tres: Le Vau, Le Brun y Le Notre,  Luis I, el rey loco de Baviera, en Leopold von Klenze, Hitler en Albert Speer y Le Corbusier, que adulaba a Mussolini, dedicó su Ville radieuse a “la autoridad” nos recuerda Azúa. Pero Stalin solo dejó las pretenciosas estaciones del metro de Moscú, Mao nada y Pol Pot solo mato y destruyó. Castro, ocupado en hablar, dejo ir a Ricardo Porro. Pero Chávez le ha encargado a Oscar Niemayer un monumento a Bolívar. Un enorme obelisco de concreto, acostado y apuntando a Washington, como un misil, casi tan largo como los 170 metros de alto del de la capital del imperio. El de Evo Morales, que ni siquiera es idea de él, será de vidrio y en Cochabamba y apenas un poco mas alto que el de Buenos Aires, de solo 67. A los egipcios no les bastó los 30 del que la Reina Hatshepsut donó al Gran Templo de Amun, y la pirámide de Keops, con sus147 metros, fue durante 44 siglos la construcción mas alta de la humanidad, solo superada en1889 por los 330 de la Torre Effiel, que no se desmanteló, como estaba previsto, porque se atravesó la I Guerra Mundial. Después vendrían los altísimos rascacielos norteamericanos, hoy imitados compulsivamente por todo el Tercer Mundo.
Para Wolgang Braunfels (Urbanismo Occidental, 1983) la política es el arte de organizar una polis perfecta, y de ahí que todo programa de gobierno lo sea también de construcción. O, simultáneamente, de destrucción, como en Cali, que para los Juegos Panamericanos fue también la demolición de sus edificios moderno historicistas y del pequeñísimo obelisco que teníamos, y, ahora, lo es acabar con lo que quedaba de la alameda de samanes de la Quinta, la última que quedaba, para meter un Mio cuyas invasoras y sofocantes estaciones sin usar ya se están desbaratando como en Bogota. Como dice Azúa, las construcciones antiguas eran para perdurar pero las actuales van dirigidas a la diversión de un enorme publico anónimo que pronto cambia de preferencias por lo que lo que resultan tan efímeras. Los edificios se han convertido en objetos en los que lo importante es apenas su imagen (Jaime Sarmiento: La arquitectura de moda, 2006).

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