En Egipto las ciudades eran para los
campesinos que durante la inundación anual construían las tumbas de sus faraones.
Palacios y templos también eran deposito de tesoros y alimentos, y centro de
comercio, educación y hasta de recreación. Los griegos los juntaron con ágoras
y estoas en lo bajo de acrópolis para sus dioses, erario y defensa. Los romanos
agregaron foros, basílicas, coliseos, hipódromos, teatros, bibliotecas y
termas. A lo largo de la Edad Media se levantaron muchas ciudades a partir de
los campamentos de las legiones romanas, a las que se agregaron grandes
catedrales, iglesias, conventos, castillos, mercados y sedes gremiales. A
partir de la Florencia renacentista la ciudad es el escenario del príncipe
(Félix de Azúa: La invención de Caín, 1999), con su palacio dominándola, la que
nos llegó ya sin príncipe con la espada, cruz y lengua de capitanes, soldados y
curas: cerca de 300 se trazaron en el Nuevo Mundo en las primeras décadas de la
Conquista.
Todo tirano se
desdobla en su arquitecto, Luis XIV en tres: Le Vau, Le Brun y Le Notre, Luis I, el rey loco de Baviera, en Leopold
von Klenze, Hitler en Albert Speer y Le Corbusier, que adulaba a Mussolini,
dedicó su Ville radieuse a “la autoridad” nos recuerda Azúa. Pero Stalin solo
dejó las pretenciosas estaciones del metro de Moscú, Mao nada y Pol Pot solo
mato y destruyó. Castro, ocupado en hablar, dejo ir a Ricardo Porro. Pero
Chávez le ha encargado a Oscar Niemayer un monumento a Bolívar. Un enorme
obelisco de concreto, acostado y apuntando a Washington, como un misil, casi
tan largo como los 170 metros de alto del de la capital del imperio. El de Evo Morales,
que ni siquiera es idea de él, será de vidrio y en Cochabamba y apenas un poco mas alto que el de
Buenos Aires, de solo 67. A los egipcios no les bastó
los 30 del que la Reina Hatshepsut donó al Gran Templo de Amun, y la pirámide
de Keops, con sus147 metros, fue durante 44 siglos la construcción mas alta de
la humanidad, solo superada en1889 por los 330 de la Torre Effiel, que no se
desmanteló, como estaba previsto, porque se atravesó la I Guerra Mundial.
Después vendrían los altísimos rascacielos norteamericanos, hoy imitados
compulsivamente por todo el Tercer Mundo.
Para Wolgang Braunfels
(Urbanismo Occidental, 1983) la política es el arte de organizar una polis perfecta, y de ahí que todo
programa de gobierno lo sea también de construcción. O, simultáneamente, de
destrucción, como en Cali, que para los Juegos Panamericanos fue también la
demolición de sus edificios moderno historicistas y del pequeñísimo obelisco
que teníamos, y, ahora, lo es acabar con lo que quedaba de la alameda de
samanes de la Quinta, la última que quedaba, para meter un Mio cuyas invasoras
y sofocantes estaciones sin usar ya se están desbaratando como en Bogota. Como
dice Azúa, las construcciones antiguas eran para perdurar pero las actuales van
dirigidas a la diversión de un enorme publico anónimo que pronto cambia de
preferencias por lo que lo que resultan tan efímeras. Los edificios se han
convertido en objetos en los que lo importante es apenas su imagen (Jaime
Sarmiento: La arquitectura de moda, 2006).
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