Cali, ya de casi 450 años, les pareció
vieja a los recién llegados y trataron de rejuvenecerla con una cirugía urbana
total. Destruyeron los símbolos de la pequeña capital de provincia que era
desde hacia unas décadas, como el Palacio de San Francisco y el cuartel del
Batallón Pichincha, junto con su hotel, el Alférez Real, y su club, el
Colombia, que cedió su importancia al Campestre, en las afueras, claro. Y los
nuevos emblemas de su incipiente desarrollo capitalista, como la Universidad
del Valle, Cavasa, Palmaseca y, hoy, el centro de eventos, se desparramaron,
aun mas lejos, para beneficio de los terratenientes que la rodeaban. Los ricos
de entonces, que habían evitado el centro tradicional, instalándose al otro
lado del Río Cali, en el Centenario, Juananbu, Granada y Versalles, saltaron
pronto a San Fernando, Santa Rita, Santa Teresita y Santa Mónica y, junto con
los ricos de ahora, cayeron finalmente en Ciudad Jardín, en donde hoy tiene
cada vez mas fuerza un caótico y agringado sub centro urbano de la nueva Ilac
que se buscaron.
Esta tergiversación, de pequeña
ciudad bonita a conurbación extendida y fea, resultó de su grande y rapidísimo
crecimiento a mediados del siglo XX, agraviado en las últimas décadas por la
penetración del narcotráfico en nuestra naciente cultura ciudadana. La que,
para peor de males, se sirvió de la aparición aquí de un trasnochado
"postmodernismo" en arquitectura -que no lo verdaderamente
posmoderno-, que cayo como anillo al dedo rojo de nuestros nuevos nuevo ricos.
Sus edificios, en los que lo importante no es lograr ambientes para nuestra
geografía e historia sino envolverlos a la moda, la que aquí suele ser la
penúltima, solo satisfacen a una ciudadanía ignorante y frívola que rápidamente
cambia de preferencias, por lo que resultan peligrosamente efímeros. Para
rematar, la mala interpretación de una buena idea, el metro de superficie de la
Curitiba de hace 30 años, está terminando de acabar con la vieja ciudad pero ni
siquiera está uniendo la nueva conurbación, como si se lo proponía el tren
ligero, cuyos vagones se hubieran podido reemplazar por buses bi-articulados.
Las ciudades y los edificios
siempre han cambiado. Lo inconveniente para las diferentes generaciones y
clases sociales de sus habitantes es cuando lo hacen muy rápido y mucho. Cali
comenzó a padecerlo en 1971, a propósito de los Juegos Panamericanos, con el
resultado de que hoy hay cada vez menos ciudad, y su mejor arquitectura dejo de
serlo principalmente para el Estado para venderse, ya mala, al negocio
particular de los poderosos. Mas no es fácil que lo acepten unos ciudadanos que
eligen como su alcalde a un ciego, entre otras cosa por serlo (ni a Saramago se
le ocurrió), o que les es difícil expresar una opinión cuando creen que los
demás no están de acuerdo, pensando que es mejor seguirles la corriente a
decirles que se equivocan (Externado de Colombia y Universidad de
Wisconsin-Madison: Comunicación y participación política, Colombia 2006). Como
dice Víctor Diusabá Rojas, el ser políticamente correctos nos hace una sociedad
solapada (El Pais 05/2007); lo que produce la ciudad arrevesada que tenemos.
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