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Ilac. 30.08.2007


Cali, ya de casi 450 años, les pareció vieja a los recién llegados y trataron de rejuvenecerla con una cirugía urbana total. Destruyeron los símbolos de la pequeña capital de provincia que era desde hacia unas décadas, como el Palacio de San Francisco y el cuartel del Batallón Pichincha, junto con su hotel, el Alférez Real, y su club, el Colombia, que cedió su importancia al Campestre, en las afueras, claro. Y los nuevos emblemas de su incipiente desarrollo capitalista, como la Universidad del Valle, Cavasa, Palmaseca y, hoy, el centro de eventos, se desparramaron, aun mas lejos, para beneficio de los terratenientes que la rodeaban. Los ricos de entonces, que habían evitado el centro tradicional, instalándose al otro lado del Río Cali, en el Centenario, Juananbu, Granada y Versalles, saltaron pronto a San Fernando, Santa Rita, Santa Teresita y Santa Mónica y, junto con los ricos de ahora, cayeron finalmente en Ciudad Jardín, en donde hoy tiene cada vez mas fuerza un caótico y agringado sub centro urbano de la nueva Ilac que se buscaron.
            Esta tergiversación, de pequeña ciudad bonita a conurbación extendida y fea, resultó de su grande y rapidísimo crecimiento a mediados del siglo XX, agraviado en las últimas décadas por la penetración del narcotráfico en nuestra naciente cultura ciudadana. La que, para peor de males, se sirvió de la aparición aquí de un trasnochado "postmodernismo" en arquitectura -que no lo verdaderamente posmoderno-, que cayo como anillo al dedo rojo de nuestros nuevos nuevo ricos. Sus edificios, en los que lo importante no es lograr ambientes para nuestra geografía e historia sino envolverlos a la moda, la que aquí suele ser la penúltima, solo satisfacen a una ciudadanía ignorante y frívola que rápidamente cambia de preferencias, por lo que resultan peligrosamente efímeros. Para rematar, la mala interpretación de una buena idea, el metro de superficie de la Curitiba de hace 30 años, está terminando de acabar con la vieja ciudad pero ni siquiera está uniendo la nueva conurbación, como si se lo proponía el tren ligero, cuyos vagones se hubieran podido reemplazar por buses bi-articulados.
            Las ciudades y los edificios siempre han cambiado. Lo inconveniente para las diferentes generaciones y clases sociales de sus habitantes es cuando lo hacen muy rápido y mucho. Cali comenzó a padecerlo en 1971, a propósito de los Juegos Panamericanos, con el resultado de que hoy hay cada vez menos ciudad, y su mejor arquitectura dejo de serlo principalmente para el Estado para venderse, ya mala, al negocio particular de los poderosos. Mas no es fácil que lo acepten unos ciudadanos que eligen como su alcalde a un ciego, entre otras cosa por serlo (ni a Saramago se le ocurrió), o que les es difícil expresar una opinión cuando creen que los demás no están de acuerdo, pensando que es mejor seguirles la corriente a decirles que se equivocan (Externado de Colombia y Universidad de Wisconsin-Madison: Comunicación y participación política, Colombia 2006). Como dice Víctor Diusabá Rojas, el ser políticamente correctos nos hace una sociedad solapada (El Pais 05/2007); lo que produce la ciudad arrevesada que tenemos.


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