Repetir que entre gustos no hay
disgustos es una mas de las mentiras con que hoy disculpamos la creciente
fealdad y cacofonía de nuestras ciudades. Esconde el individualismo e
intolerancia propios de nuestro cercano origen campesino. En las ciudades hay
que entender y valorar el gusto de los demás y respetarse mutuamente. Algunos
no podemos aguantar veinticuatro horas seguidas de vallenatos a todo volumen,
alternados con música de carrilera, con los que un vecino se pone de repente en
ambiente de feria olvidando que esta lo es en la medida en que sea colectiva y
tradicional. ¿Pero sería diferente si fueran las maravillosas (para unos)
partitas y sonatas para violín sin acompañamiento de Bach? Se sabe de alguien
que las pone para que las visitas aburridoras se marchen pronto. Santo remedio.
Chucho Reyes, el pintor mexicano del que el gran arquitecto Luis Barragán decía
que había sido su único maestro, cuando fue preguntado sobre la belleza,
afirmo, sin pestañear, que lo bello era lo que le gustaba a él, y cuando de
inmediato fue inquirido sobre lo que a él le gustaba, sin pestañear
complemento: “lo que me gusta es lo bello.”
Así las cosas ¿al
gusto de quien deben obedecer los espacios y edificios públicos? ¿Será que las
fachadas de las casas, en la medida en que conforman las calles, tienen que
responder no solamente al gusto de sus propietarios sino también al de lo
público? Cuál debe ser el gusto de lo público ¿el gusto oficial? ¿Un Alcalde
puede pintarrajear los puentes de nuestra ciudad con los colores de su equipo
de fútbol favorito, como efectivamente lo hizo alguno? ¿El gerente de un hotel
puede hacer lo propio, como mas de uno ciertamente lo ha hecho? Como se ve, hay
muchas preguntas y muchísimas respuestas y nuevas preguntas. Lo que es extraño
es que a la mayoría de la gente no le gusta la discusión del gusto: entre
gustos no hay disgustos, mienten de inmediato con evidente mal gusto. Pero el
hecho es que la fealdad creciente que en las últimas décadas ha invadido
nuestras ciudades de la mano del narcotráfico es sencillamente, en la mayoría
de las veces, un nada simple mal gusto de nuevos nuevo ricos que con frecuencia
causa mala calidad de vida e incluso lleva a la violencia.
Hay que volver a
considerar la ciudad desde la estética de sus espacios públicos y edificios,
para lo cual hay que ocuparse de sus tradiciones, usos y gentes. Es posible
educar en la percepción de lo estético para que las personas que deciden sus
formas sean más prudentes y se asesoren mejor. Es conveniente que los edificios
y espacios públicos sean proyectados por arquitectos de reconocido prestigio o
mediante concurso, y sus proyectos dados a conocer con suficiente anticipación
a la opinión pública para poder tener en cuenta sus críticas y al tiempo educar
a los ciudadanos. Y lo mismo cuando se trata de modificar los existentes por la
razón que sea. Poco a poco se debe eliminar las propagandas del espacio urbano
pues, además de que tapan el paisaje, no se debería usar lo público para vender
(malos o buenos) gustos particulares. La verdad es que entre gustos si hay
disgustos. Por eso será que callamos hipócritamente ante el “monumento” al
pésimo gusto que anclaron a mansalva en Cali cerca de La salida al mar pese a
su evidente sinrazón. O simplemente no lo miramos o, peor, ignoramos como
verlo.
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