“No amo mi patria / Su fulgor abstracto
es inasible / Pero daría la vida / Por diez lugares suyos, cierta gente,/
Puertos, bosques de pinos, fortalezas, / Una ciudad desecha, gris, monstruosa,
/ Varias figuras de su historia, montañas, / Y tres o cuatro ríos.” Dice José
Emilio Pacheco. En Cali dan ganas de parafrasear sin tapujos a este bardo
mexicano que no los tiene como todo buen poeta, aun so pena de excomunión. ¿Nos
falta amor, o belleza? ¿O interés por saberlo? Tal vez en nuestra peculiar y
característica apatía preferimos no saberlo.
Porque es que ya ni
siquiera recordamos que hemos estado muy ocupados con nuestro Príncipe Carlos
que se nos casó, con Raniero que tuvo que esperar a que terminara de morirse el
Papa para poder morirse el mismo, con su fastuoso entierro y la elección
cantada del nuevo Papa, en contarnos todos los secretos del Conclave,
incluyendo la operación avispa de los Cardenales colombianos, pese a que se
supone que es el sistema de elección mas secreto que haya existido. Y Letizia y
Cristina. Y nuestras propias reinas de silicona.
En Cali podemos dar
mucho por diez lugares suyos, ciertas gentes, unos pocos hombres y mujeres,
muchas excitantes sardinas, su exuberante vegetación, sus bellos cerros, tres o
cuatro ríos que aun quedan y su benévolo clima. De resto es una ciudad cada vez
mas desecha; gris; monstruosa. No es sino toparse con su cabalgata o ver los
adornos de navidad. Sin fulgor alguno. Inasible. Decir lo contrario es cínico,
hipócrita, ingenuo, ignorante, apático o simplemente tonto. Ineludiblemente hay
que ser críticos. Así duela, o no se entienda que es una postura proactiva como
dicen ahora sin decir nada.
“El que es bello es amado, el que no es bello
no es amado”, ya lo dijeron las Musas. ¿Cali es cada vez mas fea por que no la
queremos o no la queremos porque cada vez es mas fea? Ambas cosas. A mediados
del siglo XX se dejo de querer la bonita Cali premoderna, y se trato, con la
disculpa de los Juegos Panamericanos de 1971, de borrar del mapa todo su pasado
que de un día para otro encontramos viejo, obsoleto y feo comparado con Miami,
claro, y como típicos nuevo ricos nos avergonzamos de él. Y a la estupidez de
tratar de hacerlo se sumo nuestra ineptitud para lograrlo.
Actualmente no solo
no queremos la presencia de sus pasados premoderno y moderno, sino que
terminamos por no querer la idea misma de ciudad. Esto se facilito por el
origen campesino y pueblerino de las grandes migraciones que a partir de la
década de 1950 han hecho crecer peligrosamente la población de Cali, con una
rapidez y unas cantidades solo equiparables
con la velocidad con que perdemos las pocas nociones de vida urbana que
alcanzamos a desarrollar a principios del XX, cuando pasamos de villa colonial
a capital “moderna”.
La arquitectura es histórica, como el arte, y para proponer novedades –y
no meros gestos de moda- toca partir de los espacios urbanos y edificios que
nos anteceden. En arquitectura y urbanismo es escaso lo que se inventa y mucho
lo que se reinterpreta. Pero hay que hacerlo bien, con dignidad y eficacia.
Para lograr que nuevamente Cali sea bella y la podamos querer, habría que
volver a querer las ciudades, lo urbano. Y para querer lo urbano hay que
conocer su historia para poder interpretar correctamente el canto de las musas:
de nuestras musas.
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