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La arquitectura de los museos. 08.04.2004


Como escribió Carlos Jiménez hace un tiempo en su columna de El País, el Guggenheim se ha convertido en el primer museo multinacional de la historia. “Nos hemos dado cuenta que el principal activo de nuestro museo, tanto o mas importante que su colección, es el edificio diseñado por Wright, y en consecuencia queremos que en adelante todas nuestras nuevas sedes las diseñen los mejores arquitectos del mundo”, a dicho Thomas Krens su director. Después del éxito del nuevo Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry, le encargo otro a Hans Hollein para Salzburgo y se dedico a negociar con Tokio, Río de Janeiro y Nueva York nuevas sedes."Si la arquitectura es tan buena como en Bilbao, que se joda el arte" remató Philip Johnson, el niño terrible de la arquitectura norteamericana (A&V Nº 84).
El choque entre la arquitectura y lo expuesto en los nuevos museos es ya viejo. Lewis Mumford lo dijo del Guggenheim de Nueva York, de 1959. "Este edificio, por derecho propio, es arte abstracto, no tradicionalista, no representativo, no histórico; en verdad, no se limita a coincidir con lo que contiene, sino que lo reemplaza. Se puede ir a este edificio para ver obras de Kandinsky o de Jackson Pollock, pero uno se queda en él para ver a Frank LLoyd Wright." Muchos museos son hoy más conocidos por sus sedes que por sus colecciones. A Bilbao se va por el edificio y no por las esculturas de Richard Serra. Además, como escribió Marta Traba hace años, en ellos “se pasa el día, o la vida, entre diversos placeres que van desde mirar las obras expuestas hasta dormir en la reconfortante oscuridad de las salas de cine, pasar de una cafetería a otra, leer libros o telefonear a los amigos" (Arte en Colombia Nº 20).
Los museos actuales plantean con frecuencia unas formas cada vez mas arbitrarías versus unas funcionalidades que se complican innecesariamente. En consecuencia, muchos curadores creen que deben "desaparecer" sus espacios, como pasó precisamente con el de Wright, hace un par de años pintado de negro para una exposición de arte brasilero como si lo que contara fuera solo su llamativo exterior. Se llevó a todo el edificio el recurso de las salas en penumbra, originadas para proteger ciertos trabajos de la luz solar, para destacar lo expuesto aislándolo de cualquier contexto. Y algunos directores, al contrarío de Krens, solo quieren "contenedores" anodinos en donde puedan mostrar cuadros, esculturas o instalaciones sin competir con edificios que por su tamaño “no pueden evitar decir algo con su sola presencia” como bien lo vio Mumford.
          Pero forma y función no tienen que ser fatalmente antagónicas si además hay una pertinente construcción y una correcta implantación urbana. Como en el Withney en Nueva York de Marcel Breuer, de 1967, discreto en sus funcionales salas pero atractivo y simbólico en su volumen, entrada y cafetería, tan individualizado en la ciudad y tan bien puesto en la calle. O el Kimbell de Luis Kahn, en Fort Worth, de 1972, considerado por muchos el mejor del siglo XX, cuya arquitectura no compite con lo expuesto. Y aquí mismo en Cali en la discreta pero elegante sala subterránea de La Tertulia, de Manuel Lago, de 1971; lo que lamentablemente no se puede decir de su última ampliación del museo, ni de su metástasis en la nueva sede del Museo de Historia Natural, recientemente inaugurada.


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