El Estado debería adquirir esta casa de
Rogelio Salmona en Cartagena, de 1991, para un museo. No solo dedicado a García
Márquez, como la de Aracataca, sino a toda la literatura colombiana. Además
sería un homenaje a su arquitecto, al que sí no le dieron el año pasado el
Premio Pritzker, el Nobel de la arquitectura, fue por que no hicimos el
necesario cabildeo como sí lo hicieron los brasileros y antes los mexicanos. Y
eso que es el primer latinoamericano en recibir la Medalla Alvar Aalto, que
otorgan los arquitectos finlandeses de vez en cuando, y tal vez por eso el
premio mas serio de la arquitectura mundial.
La casa se destaca por
su poético patio elevado, que se rodea subiendo o bajando, pues prácticamente
no permite otra posibilidad, de tal manera que su tensión, entre la esquina de
la entrada a nivel desde la calle y la que termina el recorrido en el piso
alto, enfatizada por una atarjea sobre una de sus dos diagonales (líneas rectas
que en un polígono van de un vértice a otro no inmediato), como en muchos de
los patios de Salmona, re descubridor de ellos en un Nuevo Mundo en que antes
de los españoles ya los tenían también mayas, aztecas e incas, pero que además
es oblicua (sesgada, inclinada al través o desviada de la horizontal) lo que
resalta lo tridimensional de su espacio, concordando plenamente con la segunda
acepción de diagonal: la línea que en un poliedro une dos vértices cualesquiera
no situados en la misma cara. En otras palabras, el patio se recorre en tiempo
real a lo largo de los catetos del ángulo recto, el primero a nivel y el
segundo inclinado suavemente, del triangulo cuya hipotenusa es la diagonal
virtual que desprendiéndose de la atarjea vuela hacia el cielo en la primera y
rápida lectura que se hace después de entrar, y que permanece en la imaginación
y la memoria haciendo rimar entre si las sucesivas visuales que se tienen al
escalarlo, por lo que este patio vendría a ser a los de Salmona lo que el Otoño
del Patriarca es, a juicio de muchos, incluyendo su autor, a las novelas de
García Márquez: la mas interesante, pues es mucho mas que ese “espacio cerrado
con paredes o galerías, que en las casas y otros edificios se suele dejar al
descubierto” que define el diccionario, por lo que “nuestro hermoso deber es
imaginar que hay un laberinto y un hilo [pese a que] nunca daremos con el hilo;
acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el
sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla
felicidad”, como pensaba Borges.
Que pena que casi
nadie pueda disfrutar esta experiencia, similar a recorrer San Felipe de
Barajas, pues la casa ha estado cerrada años, incluso a la venta. Como quien
dice ni para dios ni para el diablo. Igual que pasó con la imponente fortaleza,
única en el Caribe, que cuando llegó a su máxima capacidad de fuego ya nunca
mas entró en combate. Muchos de los pocos colombianos que han pasado por la
casa ni se darían cuenta o no supieron a que se debía lo que sutilmente
sintieron. Insensibles a la arquitectura, no entendemos la que ocasionalmente
miramos ni como es que la debemos ver. No leemos la magia de su realidad.
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