Después de cuatro siglos en que Cali
creció lentamente mediante ensanches sucesivos de su trazado fundacional, la
privatización de su suelo urbano dejó su expansión acelerada del siglo XX a
merced de la especulación inmobiliaria ante la incapacidad del Municipio para
planificar su desarrollo físico. Primero fue al otro lado del Río con un parque
con lago y el hipódromo y después un jalón al sur con el hospital, el estadio y
un nuevo hipódromo. Recientemente fue un tirón grande con la nueva sede de la
Universidad del Valle y la plaza de toros y ahora el turno es otra vez para el
norte con el centro de convenciones. Como si la ciudad pudiera ser de caucho
para beneficio de los que “donan” tierras para equipamientos urbanos,
valorizando sus propiedades a su alrededor, pues los contribuyentes son los que
pagan la infraestructura que hay que alargar hasta ellos, y después su
transporte hasta allá. Mientras tanto el Centro y sus barrios aledaños están
cada vez mas deteriorados llegándose a la sub utilización de amplios sectores
de los mismos, e incluso a su total abandono.
Es la explosión en
cámara lenta de la ciudad: el nuevo aeropuerto quedó mas cerca de Palmira que
de Cali lo mismo que el nuevo estadio, la central de abastos se traslado a
Candelaria, las universidades y colegios corrieron para Jamundí, o al menos
llegando allá, lo mismo que los nuevos cementerios, y la zona industrial hace
años se traslado a Yumbo. Lo único bien repartido por todos lados son los
moteles. Pero en Cali ni siquiera se hace el menor intento de constituir un
área metropolitana como la de Bogotá, Barranquilla e incluso Dosquebradas y
Pereira, a la que tambien ha querido pertenecer Cartago buscando mejores
servicios de salud. Y lo peor de todo es que importantes medidas para la ciudad
se toman es en la capital, como desechar (miopemente) el tren ligero y
entregarse de brazos abiertos solamente a los (innecesarios) buses articulados.
Viendo un mapa se entiende que hoy en día la planificación de las ciudades en
el valle del Rió Cauca debería ser primero que todo concentrarlas y
desarrollarlas de acuerdo con su posición en el territorio, pero desde luego
esto es muy difícil en nuestro capitalismo salvaje actual.
Mientras que en todas
partes hace décadas se valorizan y crecen los centros urbanos, disminuyendo los
costos y tiempos del transporte, y privilegiando peatones y ciclistas, en Cali
hacemos todo lo contrario. Como cuando con orgullo pueblerino inauguramos hace
30 años los cruces a dos niéveles del Club Colombia y la Licorera, mientras que
en Madrid comenzaban a recuperar el espacio urbano para los ciudadanos
demoliendo el viaducto enfrente de la Estación de Atocha y reemplazándolo por
un paso subterráneo, propósito que aun continua allí y en muchas otras ciudades
decentes. Lo paradójico es que finalmente aquí también se va a demoler al menos
alguno de esos feos puentes, pero no para beneficio de los transeúntes y ciclistas
ni en busca de una nueva imagen bella para la ciudad, sino a propósito del MIO,
que por lo visto no cabe bien por ninguna parte pese a que los buses
articulados se desarrollaron precisamente para que circularan por calles
estrechas como las del centro histórico de Quito, por ejemplo. ¿Será que como
esta ciudad es como de caucho creemos que se puede voltear impunemente al
revés?
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