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Adiós belleza. 08.01.2020


      Se está acabando con la naturaleza, comprometiendo la vida en el planeta, y con el placer de vivir su belleza. Se ha dañado lo más hermoso de las ciudades, como suelen ser sus centros tradicionales; sus nuevos desarrollos, con sus casas o edificios repetidos idénticos, son codiciosos no bellos; sus alrededores son desordenados y feos en todas partes; la belleza del campo es dañada por extensos monocultivos; los parques naturales son invadidos y estropeados; las selvas quemadas.

     En las ciudades recostadas a cordilleras, como muchas a lo largo de Los Andes, sus laderas son afeadas con edificios laminares altos y repetidos y vallas aéreas de propaganda, que no permiten disfrutar desde abajo su belleza la que interrumpen u ocultan del todo, y lo mismo circulando por entre ellos; y que se tapan unos a otros la vista de sus ocupantes hacia arriba, a la cordillera, o hacia abajo, a la ciudad, lo que al parecer no les importa. Y están los ‘rascacielos’ snobs e inoportunos por todo lado.

     La indiscutible belleza propia del campo tradicional ha sido reemplazada por extensos monocultivos torpemente carentes de estética; los ríos y quebradas han sido rectificados y canalizados cuando no entubados, los bosques naturales se han talado; y las construcciones rurales se han demolido o están abandonadas y las nuevas, más propias de lo agroindustrial que de lo rural, no son bellas ni lo pretenden pero tampoco se las oculta con vegetación, ¿y qué tal las ‘granjas’ solares?

  Los alrededores, semiconstruidos que no urbanizados, han reemplazado al campo tradicional que rodeaba a las ciudades y ya no son una cosa ni la otra, y se extienden a lo largo de carreteras y autopistas cruzadas por redes de alta tensión, ruinas feas y construcciones abandonadas; y no son objeto de normas urbano arquitectónicas por parte del Estado y mucho menos de consideraciones estéticas por parte de sus propietarios que solo aspiran a multiplicar su precio al ‘urbanizarlos’.

  Estos nuevos ‘desarrollos urbanos’, que no son ni uno ni lo otro, son conjuntos (en)cerrados muy parecidos en todas partes ignorando sus diferentes contextos. Es la vulgarización de la arquitectura moderna repetida sin pausa alguna, facilitada por los nuevos materiales y sistemas constructivos, en manos de emprendedores que solo buscan el negocio fácil y rápido de la mano de una propaganda engañosa dirigida a potenciales clientes arribistas más que realmente necesitados.

  Y los centros tradicionales de muchas ciudades están alterados o por lo contrario momificados como nunca fueron, o simplemente demolidos en buena parte. Se los llena de locales con grandes vitrinas, avisos, propaganda y aparatos de aire acondicionado, o se los vuelve museos que sólo visitan los turistas, que pueden ser una plaga que desaloja a los moradores originales y con ellos su carácter urbano y en últimas su completa belleza, la que se publicita como un negocio más.

   En conclusión, todos los diferentes sectores de las ciudades deben ser protegidos en función de su contexto histórico; es preciso dotar a los nuevos desarrollos de normas urbano arquitectónicas pertinentes a su estética; hay que impedir los monocultivos cerca de las ciudades; y considerar y proteger como parques naturales los ríos, montes y cordilleras cercanos. Y viajar para encontrar belleza y poder valorar, defender y vivir la propia en lugar de engañarse viendo otras por Tv.

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