La generación de energía con combustibles fósiles es responsable de la mayoría de las emisiones de CO2 que contribuyen al calentamiento global, y los edificios actuales son los que mas la consumen para su climatización e iluminación (J. Rifkin, Hacia la tercera Revolución Industrial, Arquine 48, 2009). Steven Chu, Nobel de Física y actual Secretario de Energía de Estados Unidos, dice que cubiertas y fachadas blancas serían una solución barata, pues al reflejar la radiación solar permitirían un ambiente urbano mas fresco. Hacerlo en cien de las mayores ciudades, incluyendo calles y carreteras, hormigón por ejemplo y no asfalto, seria tan efectivo como parar todos los automóviles del mundo durante 10 años, y si estos también fueran claros, mejor aun (The Economist, 04/07/2009). California, dando de nuevo el ejemplo, ya aprobó nuevas normas en ese sentido para sus edificios, que pronto se aplicarán en todas partes pues no tienen grandes intereses comerciales en contra, al contrario de los carros, pero desde luego también es un asunto cultural.
Por fortuna la blanca arquitectura de Andalucía y Extremadura fue la que se repitió de California a la Patagonia, especialmente en la Nueva Granada y Venezuela (G. Gasparini: Significado presente de la Arquitectura del Pasado, l985), con excepciones como Cartagena, Mompox o Santa Marta, en donde se usaron colores, lo mismo que después de la Independencia, por su simbolismo político, o el ocre para repeler los mosquitos que transmiten la fiebre amarilla y el paludismo, como se había descubierto con el Canal de Panamá. En el valle del río Cauca el encalado se comenzó a usar tardíamente, y para desinfectar y limpiar, pero después se acento con el neoclásico y la influencia del “pueblo español” de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, e incluso se impuso por Acuerdo Municipal en varias ciudades colombianas, o se generalizó con la posterior llegada del Español Californiano y la arquitectura moderna, inspirada en el blanco prístino de la arquitectura mediterránea (París-Atenas, 1933). Ahora está de moda, aunque torpemente pues no se separan las fachadas de nuestros cielos lechosos, como sí lo hacen las techumbres de la arquitectura colonial.
Además de que el blanco será parte de la solución ante la amenaza del cambio climático, que ya nos afecta, por lo demás muy efectiva en nuestros climas tropicales, es un acierto urbano en la medida en que enfatiza el carácter uniforme, nítido, sereno y neutro que deben tener las calles. Su uso puede minimizar el caos visual de nuestras ciudades pues unifica y neutraliza pero sin llegar a la monotonía, ya que permite que otros colores se destaquen junto a él. Se puede comprobar en Cali con la impactante transformación de la vieja invasión de Siloé, cuando recientemente se la pintó toda de blanco logrando su uniformidad espacial, y con ella la identificación de sus problemáticos habitantes con su barrio. Pero desde luego otra cosa son los edificios rodeados de vegetación o que están en climas fríos al lado de montañas oscuras, como es el caso de Bogotá, pero sin duda el hormigón visto y muy claro, al que últimamente recurrieron Rogelio Salmona y otros arquitectos, es la alternativa indicada.
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