Con casi
cinco siglos, es una de las fundaciones mas antiguas del país, pero sólo queda
La Merced, la Torre Mudéjar, la capilla de San Antonio y San Francisco. Su
repentina mutación de villa colonial, de unos tres mil habitantes, a capital de
departamento, se dio a inicios del siglo XX con la apertura del canal de Panamá
y el ferrocarril al puerto de Buenaventura, lo que llevó a constituir el
Departamento del Valle del Cauca.
Se
levantaron el Palacio de San Francisco, el Cuartel del Batallón Pichincha, la
nueva Catedral, el Hotel Alférez Real, el colegio El Amparo, el antiguo Club
Colombia, todos demolidos, la vieja Estación, que “voló” con la “Explosión de
Cali”; y Santa Rosa, el colegio de San Luis, el Palacio Nacional, el Hotel
Europa (Edificio Otero), los teatros Municipal e Isaacs, y la Colombiana de
Tabaco, todos aun en pie. Era una pequeña capital de 30 mil habitantes
influenciada por lo europeo y fue su época de mas rápido crecimiento.
A
mediados del siglo, con la Violencia seguida al asesinato de Gaitán, y después
con la revolución Cubana, que inició el monocultivo de la caña de azúcar, la
ciudad siguió creciendo rápidamente. Se construyeron el colegio de Santa
Librada, el Liceo Benalcázar, la nueva Estación del Ferrocarril, el
Conservatorio, muchas casas español californiano, y Laboratorios Squibb, el
Club Campestre y apartamentos, oficinas y casas modernas, muchas ya demolidas.
Tenía unos trecientos mil habitantes y la llamaban “la sucursal del cielo”.
Queriendo
“progreso”, “desarrollo” y “modernidad”, a la moda de unos USA triunfadores en
la II Guerra Mundial, “la capital deportiva de América” logró los Juegos Panamericanos, desapareció el Club de
Tenis y se demolieron los edificios mencionados arriba además del claustro y
capilla coloniales de Santa Librada, y casi todas las casas “viejas” del
Centro, salvándose sólo las de San Antonio. Se construyeron algunas
instalaciones deportivas, la nueva Gobernación, el CAM, el nuevo Club Colombia,
el aeropuerto actual, la Universidad del Valle y la FES.
A
finales del siglo, ya permeada por el narcotráfico, creció mas allá de los
limites del Municipio, al otro lado del rio Cauca, y se unió con Jamundí al sur
y Yumbo al norte, sumando hoy unos tres millones de habitantes. Cayeron muchos
edificios modernistas, que quedaban en el Centro, Centenario y Granada, se
robaron el Club San Fernando, y San Antonio esta comprometido de nuevo por el
cambio total de uso en sus viviendas. Todos los colegios y universidades
quedaron en el Sur, el Centro de Eventos en Yumbo, nadie vive en el Centro y la
ciudad se llenó de centros comerciales.
Así,
las últimas generaciones de las muy escasas familias de caleños raizales han
vivido ciudades diferentes, con sólo paisaje, vegetación y clima comunes pues
su río y cerros están cada vez mas ocultos, y ni se diga la mayoría de sus
habitantes actuales, venidos de otras partes. No comparten una misma imagen
colectiva de la ciudad, lo que contribuye al vandalismo, la inseguridad y la
falta de civismo.
Ahora está amenazada por un eventual
terremoto, la ruptura del jarrillón, que volvió el rio Cauca un canal, el
colapso del MIO, y la inminente falta de agua potable. Carece de un verdadero
Plan de Ordenamiento y rumba la corrupción y el individualismo. E insiste en
destruir su patrimonio construido, victima de un “alzheimer” colectivo
respecto a la ciudad, tema de esta columna desde 1998: La destrucción de una
tradición.
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