En la cuarta entrega de esta columna (El voto urbano, 15/06/1998) es decir
hace ya casi dos décadas, ya hablaba de “un mundo amenazado por la contaminación
y las basuras, la destrucción de la naturaleza, el calentamiento, la amenaza
nuclear, y también por las multinacionales y su masificación de las modas
mediante una propaganda que lo oculta todo, por la burocratización, los
fundamentalismos, la intolerancia y el terrorismo, y, especialmente, por el
aumento desmesurado de la población y su aterradora dependencia de energía de
fuentes no renovables”. Graves y acuciantes problemas cada vez más evidentes y
amenazantes pero que aún muchos niegan o prefieren no ver.
Las soluciones no hay otra posibilidad
que buscarlas principiando con una verdadera educación, la responsabilidad de
las diferentes sub culturas ante los temas comunes, la ecología no ingenua, la
planificación familiar, el reciclaje de todo, principiando por las
construcciones, en lugar de demolerlas, e incluso usando las ventajas del
desarrollo económico liberal pero reduciendo el consumismo, lo mismo que el uso
de tecnologías y combustibles contaminantes. Todo pensando en acciones efectivas
para un mundo con su futuro amenazado pero en el que sencillamente no se puede
no estar y cada vez más en sus ciudades, y cuando ya es muy difícil, sino casi
imposible, echar marcha atrás.
Por eso en los sectores más urbanizados
se vota contra la impunidad, la corrupción y la ineficacia del estado, mientras
los inmigrantes lo hacen por la continuación de un estilo de gobierno,
demagógico y malo pero conocido. O, no votan, escépticos con razón, pero
indiferentes a que así favorecen a las maquinarias. Inmigrantes que vienen a
vivir en ciudades a medias a medio trabajar, pero en las que no pagan impuestos
y tienen servicios y transporte públicos, malos pero subsidiados, atenidos a la
suerte y al paternalismo y leales a las personas independientemente de sus acciones,
y a las promesas y no a los resultados.
Y son estos ciudadanos a medias, que
han ruralizado las ciudades pero aún no han urbanizado sus comportamientos y
sus votos, los que decidirán de nuevo o, aún peor, dejaran que otros decidan,
el próximo 11 de Marzo. Tal vez por una de las últimas veces pues en unos pocos
años sus hijos o sus nietos ya, es de esperar, serán ciudadanas y ciudadanos
del todo que conformarán la mayoría de este país, que, pese a que hace varias
décadas comenzó a ser urbano, continua hoy dividido entre una mentalidad
ciudadana y otra que aún no lo es pero que ya tampoco es del todo campesina.
De ahí la generalización de la
violencia en el campo como en las ciudades, que se manifiesta no solo en la subversión
sino también en la delincuencia, la violencia intrafamiliar y callejera y en la
falta de urbanidad en las calles. Pero igualmente la originan los que permiten
que sean las minorías las que decidan quienes manejan el país, o que votan por
quienes creen que representan sus legitimas protestas sin considerar su
actividad política anterior, ni sus capacidades en tanto gobernantes. Hay que
votar por los mejores senadores y representantes actuales, o por nuevas figuras
comprometidas con el cambio, pero pensando en el futuro presidente, o si no lo
apropiado sería votar en blanco.
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