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Decía ayer. 08.03.2018


          En la cuarta entrega de esta columna (El voto urbano, 15/06/1998) es decir hace ya casi dos décadas, ya hablaba de “un mundo amenazado por la contaminación y las basuras, la destrucción de la naturaleza, el calentamiento, la amenaza nuclear, y también por las multinacionales y su masificación de las modas mediante una propaganda que lo oculta todo, por la burocratización, los fundamentalismos, la intolerancia y el terrorismo, y, especialmente, por el aumento desmesurado de la población y su aterradora dependencia de energía de fuentes no renovables”. Graves y acuciantes problemas cada vez más evidentes y amenazantes pero que aún muchos niegan o prefieren no ver.
          Las soluciones no hay otra posibilidad que buscarlas principiando con una verdadera educación, la responsabilidad de las diferentes sub culturas ante los temas comunes, la ecología no ingenua, la planificación familiar, el reciclaje de todo, principiando por las construcciones, en lugar de demolerlas, e incluso usando las ventajas del desarrollo económico liberal pero reduciendo el consumismo, lo mismo que el uso de tecnologías y combustibles contaminantes. Todo pensando en acciones efectivas para un mundo con su futuro amenazado pero en el que sencillamente no se puede no estar y cada vez más en sus ciudades, y cuando ya es muy difícil, sino casi imposible, echar marcha atrás.
          Por eso en los sectores más urbanizados se vota contra la impunidad, la corrupción y la ineficacia del estado, mientras los inmigrantes lo hacen por la continuación de un estilo de gobierno, demagógico y malo pero conocido. O, no votan, escépticos con razón, pero indiferentes a que así favorecen a las maquinarias. Inmigrantes que vienen a vivir en ciudades a medias a medio trabajar, pero en las que no pagan impuestos y tienen servicios y transporte públicos, malos pero subsidiados, atenidos a la suerte y al paternalismo y leales a las personas independientemente de sus acciones, y a las promesas y no a los resultados.
          Y son estos ciudadanos a medias, que han ruralizado las ciudades pero aún no han urbanizado sus comportamientos y sus votos, los que decidirán de nuevo o, aún peor, dejaran que otros decidan, el próximo 11 de Marzo. Tal vez por una de las últimas veces pues en unos pocos años sus hijos o sus nietos ya, es de esperar, serán ciudadanas y ciudadanos del todo que conformarán la mayoría de este país, que, pese a que hace varias décadas comenzó a ser urbano, continua hoy dividido entre una mentalidad ciudadana y otra que aún no lo es pero que ya tampoco es del todo campesina.
          De ahí la generalización de la violencia en el campo como en las ciudades, que se manifiesta no solo en la subversión sino también en la delincuencia, la violencia intrafamiliar y callejera y en la falta de urbanidad en las calles. Pero igualmente la originan los que permiten que sean las minorías las que decidan quienes manejan el país, o que votan por quienes creen que representan sus legitimas protestas sin considerar su actividad política anterior, ni sus capacidades en tanto gobernantes. Hay que votar por los mejores senadores y representantes actuales, o por nuevas figuras comprometidas con el cambio, pero pensando en el futuro presidente, o si no lo apropiado sería votar en blanco.

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