Sería sin duda un lamentable error político, social y económico, pero sobre todo cultural, querer eliminar el bello edificio central de nuestro principal aeropuerto, y el botín solo será para los que construyan otro en el mismo sitio. Despropósito desde luego pagado por todos como si fuéramos ricos, incluyendo el costo de su demolición y el desperdicio de las muchas inversiones ya realizadas en él, la última de las cuales fue un costosísimo concurso público para su remodelación, realizado en 2006. En realidad solo habría que hacer otro aeropuerto, como hace años se hizo en Nueva York o Londres, y en este caso para carga como ha sido propuesto al norte de Bogotá. O un nuevo terminal, como recientemente en París, Madrid o México, o sencillamente nuevos muelles mas grandes y autónomos, como se usan ahora y lo acaban de hacer en Panamá. Es lamentable que aquí aun muchos no entienden la importancia de conservar una imagen identificada por varias generaciones con Colombia. Menos mal que la SCA esta empeñada en su defensa.
El proyecto del arquitecto Javier Vera, ganador del concurso, contemplaba, de acuerdo a las bases, la incorporación del edificio existente al terminal de vuelos nacionales. Pero dicha propuesta no fue considerada por la empresa española administradora del aeropuerto, que quiere imponernos la suya, ni por el Ministerio de Transporte, que desde antes quería su demolición pues el patrimonio nacional no les dice nada. Adujeron, entre otras razones nada razonables, la vulnerabilidad sísmica de la construcción, como si no llevara mas de medio siglo incólume o no pudiera ser reforzada su estructura para ponerla al día con las normas actuales, como se ha hecho recientemente en el país con diversos edificios de uso publico, incluyendo algunos de valor histórico en los que es mas delicado intervenir. Y ahora, ante la protesta de los arquitectos por la inminente desaparición de El Dorado, le pidieron a la SCA una propuesta “a la carrera” para salvar al edificio, como si ya no la hubiera. Pero es que lo que en el fondo se quiere es sustituir la imagen de El Dorado, pues no son apenas negocios lo que hay detrás de su demolición y nueva construcción.
Desde la Independencia estamos empeñados en suplantar los viejos símbolos, comenzando por la Plaza Mayor de Santa Fe, que Nariño convirtió en un parque para la nueva Bogotá siguiendo el ejemplo de los revolucionarios franceses que derrumbaron las estatuas ecuestres de sus soberanos en las Plazas Reales para sustituirlas por los árboles representativos de sus provincias, recordando el amor de Rousseau por la naturaleza, solo que aquí la mayoría los muchos que tenemos no se dan en el frió sabanero, por lo que se sembraron simples arrayanes. Pero cuando ya nos estábamos volviendo franceses, e ingleses, además de españoles, el fin de la Segunda Guerra Mundial nos dejó en manos de lo gringo, por lo que comenzamos a sustituir de nuevo los símbolos, y esta vez también los inmediatamente anteriores, considerados ya viejos. Afortunadamente la Plaza de Bolívar volvió a ser una plaza pero nuestras ciudades se llenaron de centros comerciales, que suplantaron plazas y parques, y de rascacielos a la altura de nuestras circunstancias.
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