Lo del “Hijo del ejecutivo”, que nos recordó el lunes Germán Patiño, lleva a pensar que los presidentes no deberían tener hijos, tal como dice Diego Martínez, o al menos mandarlos a estudiar afuera, como decidió Alberto Lleras, y a que a los dos avispados de Uribe habría que agregar compadres de gobernadores y hermanos de alcaldes. Además la moral y obligaciones que rigen la conducta humana, según define ética el DRAE, si que tiene que ver con la privatización de la tierra urbana después de la Independencia, pero nadie lo menciona. La renta diferencial del suelo, de la que se ocupo Marx, se volvió en este país narcotizado un gran negocio abusivo y clientelista, que a mala hora definió el costoso crecimiento desordenado y en extensión de nuestras ciudades, que todos sufragamos para beneficio de unos pocos. Pero a muchos de los que pagan impuestos no les importa, o nos vamos al otro extremo y no queremos contribuir para obras que son indispensables y que lo que hay que hacer es vigilar que se diseñen, financien y construyan bien.
Como la autopista ahora llamada “del Bicentenario”, que ya ni siquiera va de Yumbo a Jamundí, pues en lugar de actualizar el costosísimo proyecto existente, pagado hace 20 años como fue denunciado por Germán Arboleda, ex Director de Planeación, en la Sociedad de Mejoras Pública, se lo va a contratar de nuevo y sin su respectiva pre factibilidad. Y otra vez sin resolver el tema crucial de los andenes para que el corredor férreo no separe aun mas la ciudad sino lo contrario, dejando además espacio para el par vial de la 25 y 26 y el tren de cercanías. Lo mismo pasa con el “Plan del centro global” que se realizó por intermedio de la SMP hace apenas cinco años, junto con otros trabajos ejecutados por las universidades del Valle y San Buenaventura y la SCA, pese a lo cual el Municipio lo quiere contratar otra vez en lugar de ponerlo al día, que fue justamente lo que se hizo antes. Y están esos costosos e importantísimos proyectos arquitectónicos, como el de la Estación Central, que por ley deberían ser concursos públicos nacionales, pero que se otorgan a dedo ante el silencio incomprensible de la SCA.
A este descarado despilfarro del erario se suma el que las obras públicas se construyen sistemáticamente mal. Como la calle 13, puesta patas arriba para el MIO, toda una vergüenza que pronto habrá que cambiar; o la 5º, que se volvió una barrera urbana para los peatones, que no la pueden cruzar, y para los carros, que no pueden girar a la izquierda. Sus calzadas laterales tienen arbitrariamente dos o mas carriles a diferentes niveles, lo que es un peligro, y por supuesto habrá que regularizarla para lo que tocará talar los árboles que trataron de salvar haciendo esas irresponsables piruetas. O como el Coliseo de combates de la Unidad Deportiva Mariano Ramos, del arquitecto Oscar Mendoza, cuyo techo literalmente voló con el primer vendaval pues sus especificaciones arquitectónicas fueron total y arbitrariamente modificadas por un interventor, pese a que esa no es su responsabilidad, y que de estar ocupado hubiera ocasionado una tragedia. La respuesta de un funcionario - el seguro paga- deja claro que el problema urbano en Colombia es ante todo ético.
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