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Nuestro barroco. 09.04.2009

          Este muy conocido estilo de fines del siglo XVI es la última etapa del Renacimiento en Italia, pero su influencia es diferente en Austria, Alemania, Inglaterra, Portugal y España; y en América. Su nombre viene del francés, baroque, de Baroco, un silogismo (proposición que se deduce de otras dos) y del portugués, barroco, perla  irregular. Presenta espacios complejos, fachadas curvas en alzado y profundidad, grandes escaleras, amplias vistas y falsas perspectivas, y una ornamentación profusa de volutas, roleos y otros adornos curvos. Es la expresión de la Contrareforma y la monarquía absoluta, las que lo unen con Iberoamérica, pero su influencia aquí es posterior y cada región lo vivió y vive de acuerdo a sus posibilidades económicas y tecnológicas, modos de vida y sensibilidades.
          Como pasó en muchas catedrales e iglesias de las distintas comunidades por todo el Nuevo Mundo, que en los siglos XVII y XVIII siguieron como pudieron el modelo del Gesú de Roma (1568-1584) de Jacopo Barozzi de Vignola, reconocida como la iglesia de mayor influencia en los últimos cuatro siglos, pues el conocimiento de los religiosos de lo que pasaba en Europa, pese a no ser arquitectos de profesión, era por supuesto mucho mayor que el de nuestros alarifes locales. Además el proyecto de Vignola para el Gesú no solo es una versión mejorada del de Alberti para San Andrea en Mantua (1472-1494) sino que, como todas las iglesias de la Contrarreforma, se basa en una tipología manierista anterior más compleja pero poco estudiada y con múltiples variantes locales.
          En la Nueva Granada, y sobre todo en el sur occidente, sólo se incorpora lo barroco a finales del siglo XVIII y no como una respuesta a un modelo formal. No se integra arquitectura y ornamentación como en Perú, México o Brasil, y aparte de una exageración “barroca” en la escala de algunos edificios, en general se reduce a un cambio en la forma de piederechos, zapatas, bolillos y molduras, y sobre todo a tapar los viejos murales con nuevas pinturas y cubrir los artesonados mudéjares con forros de madera a los que se les ponen florones dorados. Son decoraciones superpuestas a los volúmenes, cosa por lo demás propia de estas dos arquitecturas tan diferentes, pero que comparten la ornamentación abundante y continua por planos, lo que lleva a una interesante fusión: un mudéjar con ornamentaciones barrocas.
          Posteriormente si se copia pragmáticamente el modelo lejano e inaccesible del Gesú, pero en otro tiempo, paisajes y circunstancias. Como en la nueva San Francisco en Cali, donde hay elementos de la fachada rechazada de Vignola como de la que realizó su seguidor Giacomo della Porta. Mas ateniéndose sólo a la fecha se lo confunde con el neoclásico, del que si se toman pilastras y columnas pero apenas como decoración y no también estructurales como lo exigía dicho estilo. Nuestro barroco terminó siendo una estética a la que se regresa en la arquitectura republicana y la moderno historicista de principios del XX. Incluso Rogelio Salmona evoca a Borromini en sus complejas composiciones espaciales de curvas y contra curvas (barrocas) que funde con recorridos rectos y acodados y el uso de atarjeas, calados y celosías (mudéjares) como en un silogismo.

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