En el poema mesopotámico de Gilgamesh (S. XVIII a.C.) se cuenta que el dios Enlil, molesto con la humanidad por ruidosa, manda el diluvio para destruirla. Hoy se sabe que el ruido tiene efectos negativos sobre el comportamiento, trabajo y salud de las personas, con el agravante de que no se dan cuenta. Sin duda nos lo podría explicar mucho mejor el Dr. Ospina si no estuviera tan ocupado en tratar de hacerse oír en la ciudad mas ruidosa del país. En Barranquilla tal vez no los afecte tanto pues al fin y al cabo son costeños, y en Bogotá e incluso Medellín se pueden cerrar las ventanas para evitarlo, pero en Cali el calor no lo permite en muchos casos a menos de que se tenga aire acondicionado. Por eso aquí el ruido nos debería preocupar aun mas pues este es de lejos el electrodoméstico de mayor consumo de energía, contribuyendo al cambio climático, cada día mas evidente, como se ve en las lluvias que no pararon en el último año ni en lo que va de este. Y ya ni siquiera podemos culpar a Enlil, pues ahora nos estamos destruyendo nosotros mismos.
Al permanente estruendo de carros y motos, muchos con el silenciador dañado o alterado, se superponen los pitos usados repetidamente y con rabia, las estridentes sirenas y alarmas como de ciudad en guerra, el pito de aire de los que venden avena, las propagandas móviles con altavoz de pueblo, y ahora el timbre agudo y continuo, como de tortura, que reemplazó a la amable campana de los camiones de la basura. Y últimamente se ha sumado a la “música” simultanea y a todo volumen de muchos establecimientos comerciales, los compases iniciales de la Elisa de Beethoven, que se repiten hasta la nausea por las calles pretendiendo vender helados a con este suplicio. Las “fiestas fantasmas” son escandalosas y hasta el amanecer en Ciudad Jardín, y que tal los vallenatos en la colina de San Antonio promovidos por la Secretaría de Cultura o, el escándalo nocturno del circo pobre que periódicamente montan en la plaza de San Francisco, o la pólvora decembrina en cualquier mes y hasta los balazos asesinos. Lo peor de esta ciudad de ciegos es su ruido que terminará por dejarnos también sordos si seguimos mudos.
Este ambiente de ruido que afecta la calidad de vida y salud pública de los caleños y la sostenibilidad de la ciudad en su conjunto mucho mas de lo que queremos oír, exige mas control de policía y mucho mas educación ciudadana, para que al menos de 12 pm a 6 am nada impida nuestro derecho constitucional a dormir bien. Que entendamos que tenemos la libertad de parrandear hasta la hora que queramos pero sin perturbar a los vecinos, y que hay que contar con aislamientos acústicos efectivos en bares y discotecas. Que las Autoridades no confundan la bulla con la cultura, y que la Cámara de Comercio haga algo para que la “música” de los comerciantes se quede adentro de sus locales, en lugar de insistir en “sembrar” bromelias de cemento en el Parque del Acueducto, en donde el silencio se turna con el murmullo de las hojas de los árboles que mece el viento, y solo es interrumpido en unas pocas partes por el cantarín sonido del agua que lo recorre. Le hubiera encantado al dios Enlil que si entendía que los parques son también silencio y poca gente.
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