Como se concluyó en un foro del Departamento de Geografía de la Universidad del Valle (La Palabra 29/03/2009), la mayor parte de los casi mil millones de millones que costarían las 21 “mega obras” solo beneficiarán a los automóviles y a ciertos sectores de la ciudad. En cambio no está el tren de cercanías ni la autopista Yumbo Jamundí, que consolidarían el área metropolitana y dejarían para después la costosa prolongación de la Circunvalación, que solo sirve para carros y al lejano sur. Ni tampoco se contempló la semaforización completa de las vías principales, que costaría menos que una de las cinco intersecciones a “desnivel” propuestas, pues adoramos los carros y los puentes y nos apropiamos de los diminutos andenes de Cali sin percatarnos de que las mejores y mas bellas ciudades del mundo los tienen amplios, llanos, arborizados y libres, con la circulación de peatones y vehículos regulada por semáforos. Ni que los cruces a dos niveles solo están en sus alrededores, como es el caso de la ampliación de la salida al Mar, proyectada hace tiempos, la que afortunadamente si se incluyó.
Pero ni siquiera conocemos los diseños de las otras pocas propuestas que también son oportunas, si es que ya se tienen, que si no son los adecuados pueden comprometer su costo, funcionalidad, calidad y belleza. Como el hundimiento de la Avenida Colombia, mucho mas importante que la Plazoleta de la Caleñidad y Granada, pero que debería estar acompañado por el de la Calle Quinta entre la Avenida Colombia y la Carrera Diez, para volver a unir a San Antonio con la Merced. Y ni que decir de las “soluciones peatonales”, cuyo rebuscado nombre y minúsculo presupuesto dejan todo que desear, pero que ¿demagógicamente? han puesto de primeras. Y si el proyecto del Parque del Río Cali es como el del Parque del Agua, que incomprensiblemente la Cámara de Comercio pretendió poner encima de la parte mas bella y usada del Parque del Acueducto, pues seguimos en las mismas. Otro tema muy delicado es el de las tres Ciudadelas Educativas, que mas parecen como guetos sacados de la manga y cuyo diseño tendría que ser por concurso público nacional.
Muchas de estas costosísimas obras no obedecen a un plan integral a largo plazo para la ciudad, si no al clientelismo y politiquería asociados a los grandes contratos, aprovechándose de la pulsión de “cambiarle la cara” a Cali que existe ya desde antes de los Juegos Panamericanos. Es irresponsable que no se considerara la amenaza del cambio climático, que indica que hay que privilegiar los andenes y ciclorrutas y el transporte público, sobre los carros particulares. Ni tampoco el que hay que recuperar para la (buena) arquitectura su diseño, aspecto que entre nosotros se valora tan poco que sabemos cuanto valen las obras pero poco nos importa como son. Ojala la perspectiva de que todos tengamos que financiarlas sin, probablemente, verlas terminadas, nos abra los ojos para que no se pierda otra oportunidad. Antes de comenzar a pagar a lo largo de cinco años deberíamos exigir que nos expliquen ampliamente como son y nos convenzan de su real necesidad y costo y tiempo verdaderos, no pase como con el MIO que ya va en el doble de lo presupuestado, o la eternidad de la Petar.
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