Sin duda pertinentes las
columnas de El País del 17/02/2019. Como denuncia Luis Guillermo Restrepo, lo
del viaje del Alcalde de Armenia y nueve concejales a Turquía, y el de la
Directora del Hospital de Jamundí y 79 de sus empleados a Punta Cana, pagados
por los contribuyentes, es una vergüenza. Todo aupado por la corrupción generada
por la prohibición de las drogas que deja en claro Mauricio Cabrera, y de lo
que han hablado otros columnistas e insistido Antonio Caballero hace años.
Y si lo de Hidroituango y
los atentados del ELN no se pueden tratar con el mismo rasero, como dice
Francisco Lloreda, sí son un impacto ambiental que contribuye al estado de
emergencia que señala Pedro Medellín, hablando de la inseguridad, pero igual a
su corrupción, y en el que la inversión en las regiones esta muy centralizada,
recuerda Esteban Piedrahita aunque pasa por alto que ya viene corrompida, más
preocupados por la empanada que por la ley, otra frase a agregar a las
mencionadas por Gustavo Gómez.
Aquí a pocos se les turba
el ánimo por la conciencia de una falta cometida o una acción deshonrosa, y sin
duda Cali es una ciudad sin vergüenza, lo que mucho preocupa de frente a su
nueva condición de Distrito Especial. El que sería de gran ayuda para
reorientarla, en tanto artefacto, si no fuera por la corrupción de muchos de
los que votan, y la falta de vergüenza de los que no lo hacen sin pensar que es
un deber y no apenas un derecho pues no es mero apocamiento sino grosera
irresponsabilidad.
Apocamiento que por lo
contrario ya están dejando los peatones que hacen respetar su prioridad en las
calles, junto con la sana vergüenza de los conductores que los dejan cruzar por
las esquinas. No así los que cruzan las
calles corriendito por cualquier parte sin vergüenza alguna, como tampoco los
que insisten en trepar sus carros a los andenes o los motociclistas que
circulan por ellos, pasarse los semáforos en rojo, ir en contravía, acosar a
los demás y pitar por todo, todo el tiempo, sin vergüenza alguna.
Y aunque el ruido ajeno ha
mermado, vergüenza es lo que no sienten los que insisten en pintar en San
Antonio las fachadas con colores chillones, fachadas que en tanto parte del espacio
urbano público no son sólo suyas, y que por norma deben ser de colores claros, y
una vergüenza que no diga llanamente que blancas. Aunque a lo mejor no es falta
de vergüenza sino simplemente una ceguera cultural que les impide ver la
limpieza, belleza y dignidad de las cuadras en las que predomina el blanco.
En conclusión, hay que
acabar con los políticos y funcionarios sinvergüenzas; con la inútil prohibición
de las drogas que consumen sin mayor vergüenza muchos ciudadanos en Estados
Unidos; con el centralismo sin vergüenza; con los vergonzosos atentados legales
o ilegales al medio ambiente antes de que el trastorno climático dañe más el
país y finalmente al planeta; y educar a los atarbanes sin vergüenza de esta
ciudad para que entiendan que el espacio urbano público es de y para todos.
Sentir vergüenza y darse
cuenta de la culpa son las bases de la conciencia ética, la que cómo se debería
saber es el conjunto de las normas que
rigen la conducta en cualquier ámbito de la vida, y del fundamento de sus
valores. Y si no es falta de vergüenza que otra cosa puede ser la corrupción
que está detrás o al frente de la gran mayoría de los problemas de este país,
tanto en las organizaciones públicas como privadas, al usar sus funciones y
medios en provecho (creen que no piensan) propio.
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