Los peatones propiamente dichos son las personas que van a pie por una vía pública. Caminar es lo
propio de las ciudades y todos en ellas lo tienen que hacer por sus calles en
algún momento de cada día, prácticamente todos los días, toda la vida, aun cuando sea apenas para
llegar hasta un carro o después de salir de él. Su movilidad depende de que
cuenten con espacios particularmente destinados para hacerlo: andenes, en la orilla de las calzadas,
junto al paramento de las construcciones que conforman las calles, como también en todas las demás
vías públicas.
Todo cambió hace un siglo con la
introducción de los automóviles y los suburbios sin andenes, atenidos a usar el
carro para todo; incluso para ir al gimnasio a caminar en una maquina viendo
paisajes foráneos en la TV. La
movilización se vio muy afectada, desapareció el encuentro ciudadano y la
contaminación del ambiente se disparó. Hoy los centros comerciales, en donde se
puede volver a caminar, pasaron a ser el sucedáneo de las ciudades, como se ve
cada vez más en Cali, donde, sorprendentemente, no se considera su
“planificación”
Para que la gente pueda renunciar al
uso permanente y para todo de sus carros, no basta con ofrecerle medios de
transporte colectivo más rápidos y cómodos, lo que es difícil en los centros
urbanos. Ni ponerles colores llamativos ni nombres engañosos, como el MIO, para
atraer a sus potenciales usuarios. Ninguno, como dice
André Gorz (La ideología social del automóvil, Le Sauvage, 1973), jamás compensará el malestar de vivir en ciudades que no se
habitan y sólo se pasa por ellas para ir trabajar, a la escuela, el
supermercado, al club y regresar a casa.
Ciudades escindidas y zonificadas
que se extienden a lo largo de calles vacías y sin andenes, hechas para circular tan rápido como se pueda, lo que cada vez es mas
difícil pues pronto se congestionan, y a cuyo largo se alinean sin gracia casas o edificios idénticos entre sí y donde
el paisaje urbano ya nada significa.
Se pasa por ellas pero no se vive en ellas, como precisa Gorz. “Al final
del día de trabajo todos deben
quedarse en casa, y quien se encuentre en la calle después de que caiga la
noche será considerado
sospechoso”.
Es necesario, concluye Gorz, que la gente
pueda prescindir del transporte urbano permanente al sentirse como en casa en
sus barrios y su comunidad, a escala humana, y poder disfrutar el ir a pie a sus diferentes
destinos cotidianos. Es lo que hace, por ejemplo, que San Antonio sea el mejor
vividero de Calí. “La gente –escribe
Iván Illich, citado por Gorz– romperá
las cadenas del transporte todopoderoso cuando vuelva a amar como un territorio
suyo a su propia cuadra, y cuando dude
acerca de alejarse muy a menudo.”
Pero para poder amar un territorio será necesario que este sea
habitable y no apenas circulable, dice Gorz, “que el barrio o la comunidad
vuelvan a ser el microcosmos, diseñado a partir y en función de todas las
actividades humanas, en que la gente trabaja, vive, se relaja, aprende,
comunica, y que maneja como el lugar de su vida en común”. Pero, advierte, la
alternativa al automóvil deberá ser global, y principia por la re densificación
de las ciudades, que ir andando de un lugar a otro por una vía pública sea de nuevo posible, agradable y
significativo.
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