La mayoría de los alcaldes, concejales, funcionarios y lideres cívicos, que han intervenido en el espacio público de Cali en las ultimas décadas, no han sabido mirarlo. Su insensibilidad visual y espacial, y su falta de conocimientos en el tema, es lamentable. No entienden que la belleza y gracia de una ciudad es fundamental para la calidad de vida en ella. Ni, menos aun, que está debería ser su principal preocupación. Miopemente creen que es un lujo al que después se puede acceder, o que solo es un problema de decoración, que ni siquiera es refinada, y no, por lo contrario, un punto de partida. Igual que nuestros muy recientes ciudadanos, que necesitan con urgencia educación cívica y urbana y no apenas la formal, nuestros dirigentes precisan de formación estética y cultural, y no solo gerencial. Eso les ayudaría a ver que la verdadera democracia no es apenas la política sino y sobre todo la cultural. La que permite que la gran mayoría de los habitantes de una ciudad convivan pacifica y estimulantemente al acceder a ella en tanto que una obra de arte colectivo.
Nuestros políticos y dirigentes pretenden ocuparse de la ciudad pero no saben ver que son las proporciones de sus distintas partes, entre sí y en relación al conjunto, lo que les confiere gracia y belleza a sus calles, avenidas, plazas y parques. Eso que tanto admiramos cuando viajamos pero que esquizofrénicamente no echamos de menos aquí. ¿Cómo explicar de otra forma tanta fealdad cometida en Cali? Desde los puentes peatonales (incompletos por lo demás pues precisarían de ascensores para los que mas los necesitan), que se atraviesan en la Avenida Colombia en la perspectiva hacia la Ermita, hasta las invasoras estaciones del Mío en la Calle Quinta, con su ostentosa abundancia de costosísimos materiales. Para no hablar de los puentes vehiculares que destrozan sin necesidad el espacio urbano de nuestras calles y avenidas, pues casi todos se hubieran podido reemplazar por discretos semáforos debidamente sincronizados, como en todas las ciudades civilizadas del mundo, lo que de contera habría vuelto innecesarios la mayoría de los puentes peatonales.
Decía el arquitecto y teórico ingles James Gibbs (1682-1754), que: “No son ni la riqueza o abundancia de los materiales empleados ni la diversidad de las líneas ni el carácter ostentoso del acabado lo que confieren gracia y belleza a un edificio sino las proporciones de las distintas partes entre sí y en relación al conjunto, sea este absolutamente sobrio o esté decorado con algunos refinados adornos” (Varios: Teoría de la arquitectura, del Renacimiento a la actualidad, 2003). Se comprueba con la belleza y gracia de nuestras ciudades coloniales, cuya arquitectura es exquisita en lo que respecta a la relación y proporciones del conjunto con sus distintas partes y de estas entre sí, pero cuya precisión en su ejecución no es la mejor. Desde la sobriedad de la mayoría de los ejemplos conservados aquí, como la iglesia de la Merced, hasta la Torre Mudéjar con su profusa ornamentación de “losanges” (rombos de cerámica). Repetimos como loras la belleza de Cali pero poco vemos los esperpentos que le estamos haciendo, y de ahí que no nos importen sus graves consecuencias.
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