Esa arquitectura que en otras partes los medios han denominado 'espectáculo', precisamente por sus formas espectaculares, está llamada a su rápida desaparición “para formar parte de la historia” , como lo dice Arturo G. de Terán (El arte en la arquitectura de hoy hacia mañana, 2008). En un contexto dominado por la forma de los edificios, más que por lo que debe resolver su arquitectura de frente a ciudadanos y ciudades, aun algunos arquitectos consideran que sus obras son “la esencia del arte”. Por lo contrario, lo que precisamos es que esas formas sean eficaces en el uso de la energía y el agua, funcionales, confortables, flexibles, seguras e integradas creativamente a entornos pre existentes, y que además resuelvan los problemas urbanísticos de la ciudad, pensando en la calidad de vida de sus usuarios. En definitiva, una arquitectura de interés social con versatilidad de usos “que el arquitecto tratará de convertir en arte”. Por supuesto podemos equivocarnos en el empeño, “pero el camino no debe ser invocar el 'arte', cuando en realidad estamos vagando sin rumbo por la frivolidad”.
Nos recuerda de Terán que todo comenzó en la década de 1980 con la rápida decadencia del movimiento post-modernista y su arquitectura “rompedora, atrevida, efectista y substancialmente formalista, que prendía y tenía su eco en una sociedad de la sobreabundancia que se aburría de tanta arquitectura anodina y sin personalidad”. Es un momento de crisis de la arquitectura que coincide con la caída del Imperio Soviético y se inicia, rápida pero desordenadamente, un inevitable proceso de globalización. Muchos arquitectos comenzaron a creer que “están en este mundo porque su arquitectura ha sido reconocida como arte”. Fue un aparente aire fresco del que estaba necesitada esa parte de la sociedad “carente de imágenes novedosas y reveladoras de ese éxito social y económico del que se sentían protagonistas”, y que por lo tanto buscaba como fuera la representación de su poder político y económico. “Parecía que era necesario creer en un futuro prometedor, y la arquitectura era un buen vehículo transmisor de ese nuevo mundo”.
Hoy, como lo afirma de Terán nuestros retos como sociedad estarán dominados por otros criterios obligados por el cambio climático como son la sostenibilidad, el respeto por el medio ambiente, el uso de materiales reciclados y reciclables, el invento de nuevos sistemas constructivos, la racionalidad de los edificios teniendo en cuenta sus usos diversos iniciales y su flexibilidad y adaptabilidad a funciones futuras. Pero en Colombia todo nos llega tarde y aun estamos seducidos por formas que solo son novedosas en nuestra ignorancia, y de las que ni siquiera invocamos su artistisidad sino su moda, sin importarnos que ya esté pasada de moda. En Bogotá se van a construir dos grandes edificios arrodillados a esa arquitectura “facetada”, que no pasa de ser un vidriado capricho formal que atenta contra su buen uso y climatización y, especialmente, contra su contextualidad, como sucede con algunas de las nuevas bibliotecas de Medellín. En Cali, tan dada al espectáculo, ojalá nos podamos salvar pues, afortunadamente esta vez, desde los Panamericanos todo nos llega aún mas tarde.
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