La relación de la modernidad con la tradición en el territorio, la
arquitectura y las ciudades, y desde el luego en muchos aspectos de la vida en
estas, ha sido crucial para su presente y lo debería ser para su futuro si no
se quiere seguir acabando con sus climas, paisajes y modos de vida y civismo.
En este sentido en Colombia, y países vecinos, se deberían conocer y valorar
críticamente sus tradiciones, muchas de las cuales las originaron los bereberes
en Marruecos y a través de Al Ándalus llegaron al trópico Iberoamericano, en
especial al sur occidente colombiano, como se ha insistido en esta columna,
donde la influencia hispanomusulmana es palpable en cualquier casa colonial.
En Marruecos no se ven
demoliciones ni “viejas” casas abandonadas, y sistemáticamente las nuevas
construcciones repiten los volúmenes cúbicos, alturas, cubiertas planas,
paramentos, pequeños vanos, patios, vergeles y colores tradicionales,
acercándose al falso histórico mas sin caer en el o, como es el caso de la Gran
Mezquita de Hassan II en Casablanca (1985-1993) diseñada por el arquitecto
francés Michel Pinseau, obligando a pensar más al respecto. Finalmente, su muy
acertada arquitectura moderna, al tiempo que se distingue sutilmente como tal,
valora las construcciones tradicionales junto a las que se encuentra, o remite
a ellas sin equívocos; es de ahora y de antes.
En Colombia pasó, y sigue
pasando, lo contrario: lo “viejo” se demuele o se deja caer, o se imita con
burdos pastiches y, con excepciones como Rogelio Salmona, o en Cali Alfredo
Zamorano, Rodrigo Tascón y algunos más, los arquitectos “modernos” solo
repitieron las “cajas de zapatos”, como se ha llamado a la vulgarización de la
arquitectura moderna en otras partes, y a muchos ahora, que ni siquiera son arquitectos, solo les
interesa el espectáculo para descrestar a sus clientes nuevo ricos e
ignorantes, y a funcionarios no tan ignorantes como irresponsables, pues qué
educa y politiza a la gente: la ciudad y su territorio, y sus arquitecturas
vernácula, popular, profesional y culta.
De esta última dice Carlos
Martí, hablando del arquitecto Livio Vacchini (Locarno 1933-2007)
que “…la novedad o la diversidad de las formas carecen, para él, de todo
interés. La búsqueda de la unidad en la que está enfrascado le lleva a valorar,
en cambio, la repetición o la trascripción de otras obras, suyas o ajenas, como
el único procedimiento posible para generar una obra que sea un eslabón más de
una cadena continua; una obra que al mismo tiempo que establezca un vínculo con
la tradición sea capaz de renovarla” (Vacchini o la búsqueda de la unidad, DPA,
Núm. 23, 2007). Para lo que hay que conocerla críticamente, como Mohammed Tamim
(Casablanca,
1958- ) en
Marruecos.
Justamente por eso no es
posible concebir una verdadera obra de arquitectura sin, como dice el mismo
Vacchini, “ejercer una crítica a las construcciones del pasado. No cabe pensar
una forma si no es en la perspectiva de su metamorfosis. La cualidad de la
nueva obra no depende de la novedad de su forma sino de la precisión y la
exactitud del pensamiento crítico”. En esta dirección apunta el trabajo del
profesor Andrés Erazo Barco de la Universidad de San Buenaventura en Cali, quien
con Manuel Mendes de la Universidad de Porto y Antonio Armesto de la
Universidad Politécnica de Cataluña, preparan una exposición al respecto de
tradición y modernidad en Museo La Tertulia.
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