Ya hace mas de medio siglo Le Corbusier habló
de la importancia de un acuerdo entre clima, paisaje y tradición (Willy Boesiger, Le
Corbusier, Oeuvre complete 1938-46, 1955) pero
como ya se dijo en esta columna (24/07/2014), en las ciudades andinas hay que aclarar que
además del clima el relieve también determina la vegetación local, y juntos
constituyen sus paisajes, y son los que generan las diversas variaciones de una
misma tradición arquitectónica regional.
Por ejemplo, en México, América Central y todo el norte de
Suramérica, se presentan climas tropicales (muy calientes, calientes y
templados, pero igualmente fríos o muy fríos, ya sean húmedos, secos o
lluviosos) que no presentan estaciones y poco cambian a lo largo del año, y que
dependen es de la altura sobre el nivel del mar y no de la latitud; aunque sí
con marcadas variaciones de temperatura y humedad diarias, y temporadas secas o
de lluvias mas o menos regulares hasta hoy.
Y en México como a
todo lo largo de Suramérica, el relieve, a diferencia de la mayor parte de
Europa o Norteamérica, está casi siempre caracterizado por altas cordilleras
con sendos páramos, que en Colombia son tres separadas por grandes ríos,
amplias sabanas, y anchos valles, culminando en largas llanuras costeras,
algunas desérticas, territorios estos en los que se asientan la mayoría de las
poblaciones y ciudades de la región, y extensas planicies y grandes selvas
húmedas tropicales hasta hoy casi deshabitadas.
En
estos climas y relieves la vegetación es por supuesto muy variada y feraz.
Desde bosques muy verdes de muchos y muy diversos grandes y
pequeños árboles, arbustos tupidos o no, y una infinidad de hierbas, exuberantes durante la época de lluvias pero que adquieren un aspecto seco
en los meses de sequía, hasta una vegetación espinosa en las sabanas más altas y
frailejones en los páramos. Vegetación siempre acompañada por ríos de alta
pendiente y sonoras y límpidas quebradas.
Son todos bellos paisajes
que sin duda
reflejan lo cantado por el poeta Aurelio Arturo en Morada al Sur, 1963, cuando afirma
que en su tierra natal, La Unión, en el Departamento de Nariño en Colombia, en
donde nació en 1906, el verde es de todos los colores. Y cuando murió en
Bogotá, en 1974, el rojo del ladrillo a la vista de las Torres del Parque,
1965-1970, obra cumbre de Rogelio Salmona, ya se destacaba contra el verde
oscuro de los empinados cerros sobre los que se recuesta la ciudad.
En conclusión, las
tradiciones, como en un algoritmo, son generadas por climas, relieves y
vegetaciones, y por tanto paisajes muy diferentes, pero que en este país son
todos característicos del trópico. Así, en los campos las viviendas ancestrales
que dejó aquí la época Colonial, suelen miran hacia afuera desde sus
corredores, los que en los pueblos y ciudades miran hacia adentro, a sus entrañables
patios, ellos mismos inevitablemente todo un paisaje bajo el cielo, el que
siempre es parte de cualquier panorama.
Tradición que
recuperó Salmona en la Casa de los Huéspedes de Colombia, 1978-1981, en
Cartagena, y que continúan en el país algunos pocos arquitectos posmodernos en
procura de una arquitectura regionalista y no copiada de las revistas de la
moda arquitectónica. Lo que es de gran importancia frente al trastorno
climático al que tanto ha contribuido la climatización mecánica de tantas edificaciones,
alterando al mismo tiempo el coherente contexto urbano pre existente en casi
todas las ciudades.
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