Vale la comparación desde lo
urbano, lo arquitectónico o lo social, es decir la vida en las casas, los
barrios y las ciudades. Y por eso igualmente son comparables desde lo cultural,
lo económico y lo político. Pero también desde lo étnico, las tradiciones y los
comportamientos. Y están los paisajes interiores, urbanos y naturales. Como
también las situaciones individuales, familiares o ciudadanas. Por todo esto y
mucho más vale la pena ver la película de Alfonso Cuarón, con la que de nuevo
vuelve a ser lo más importante el nombre del director que el de la actriz
principal, excelente por cierto, o el de su titulo mismo, como cuando se
hablaba de Rossellini y no apenas de Roma ciudad abierta.
Son Cali y la entonces
México D. F. a mediados del siglo XX, desde luego mucho más parecidas en esos
años que ahora, cuando se vivía en casas divertidas y no en insulsos
apartamentos, y las familias incluían a las sirvientas, usualmente de
ascendencia indígena o negra, que eran mucho más respetadas y queridas que
ahora que se las llama empleadas y son tan mestizas como sus empleadores y ya
no viven en la casa. Y desde luego las tradiciones hispanoamericanas son las
mismas pero con claras diferencias entre ellas, y las diversas situaciones
ciudadanas, familiares e individuales eran y continúan siendo las mismas:
mortales, peligrosas, vitales, jocosas, corrientes, divertidas, emocionantes,
bellas o sublimes.
La familia extensa (abuelo,
abuela, padres, hijos, tíos, tías, primos, primas, amigos, amigas, y sus
respectivas servidumbres) era lo usual en esa época, con sus navidades, algunas
con pesebre y otras con árbol de navidad con nieve artificial, como en este
caso, igual que las demás celebraciones y comidas. El desperdicio de agua para
lavar ropas, trastos y caca de perro, el culto a los grandes carros
norteamericanos, y los varios personajes de la calle, son comunes a las dos
ciudades, como también la pitada insistente para que abrán el garaje sin dejar
salir el perro, y el estrecho garaje mismo, y no pocos detalles más, como la
fumadera de él, las corbatas, la algarabía de los niños; o el amor/sexo.
La fotografía es magnifica
y el blanco y negro lleva a imaginar o sencillamente sentir los colores; la
música se basa hábilmente en los ruidos y sonidos del entorno y los radios; la
actuación es tan natural que parece que no actuaran y no está supeditada a
ninguna “estrella” internacional; los diálogos se siguen aun sin oírlos
claramente o simplemente por las facciones de cada personaje en cada escena;
las locaciones son de verdad y que el incendio fuera controlado es sutilmente
evidente; los hechos históricos del momento se recuerdan y algo harán pensar a
los que no los vivieron; como también los cotidianos en los que es una
insinuación que no se vaya a la misa diaria, y la presencia de extranjeros.
Pero lo más interesante de
la película de Cuarón es que permite reconstruir la Cali de unos trecientos mil
habitantes por esos años, cuando la hoy Ciudad de México comenzaba su
vertiginoso crecimiento, conocido como Milagro Mexicano, y ya tenia un poco más
de los tres millones de habitantes de la Cali actual y real, no la mentirosa
del último censo. Y sobre todo conocer mejor a la gente que habla o escribe de
la película o de Cali: es como un detector de mentiras. Quedan a la vista los
conocimientos, sensibilidades e intereses tanto de los que les gustó la
película, de verdad o sólo por seguir la opinión, como los que no, muchos de
los cuales sencillamente no vieron nada allí ni ven nada aquí.
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