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ROMA-Cali. 23.01.2019


  Vale la comparación desde lo urbano, lo arquitectónico o lo social, es decir la vida en las casas, los barrios y las ciudades. Y por eso igualmente son comparables desde lo cultural, lo económico y lo político. Pero también desde lo étnico, las tradiciones y los comportamientos. Y están los paisajes interiores, urbanos y naturales. Como también las situaciones individuales, familiares o ciudadanas. Por todo esto y mucho más vale la pena ver la película de Alfonso Cuarón, con la que de nuevo vuelve a ser lo más importante el nombre del director que el de la actriz principal, excelente por cierto, o el de su titulo mismo, como cuando se hablaba de Rossellini y no apenas de Roma ciudad abierta.
  Son Cali y la entonces México D. F. a mediados del siglo XX, desde luego mucho más parecidas en esos años que ahora, cuando se vivía en casas divertidas y no en insulsos apartamentos, y las familias incluían a las sirvientas, usualmente de ascendencia indígena o negra, que eran mucho más respetadas y queridas que ahora que se las llama empleadas y son tan mestizas como sus empleadores y ya no viven en la casa. Y desde luego las tradiciones hispanoamericanas son las mismas pero con claras diferencias entre ellas, y las diversas situaciones ciudadanas, familiares e individuales eran y continúan siendo las mismas: mortales, peligrosas, vitales, jocosas, corrientes, divertidas, emocionantes, bellas o sublimes.
  La familia extensa (abuelo, abuela, padres, hijos, tíos, tías, primos, primas, amigos, amigas, y sus respectivas servidumbres) era lo usual en esa época, con sus navidades, algunas con pesebre y otras con árbol de navidad con nieve artificial, como en este caso, igual que las demás celebraciones y comidas. El desperdicio de agua para lavar ropas, trastos y caca de perro, el culto a los grandes carros norteamericanos, y los varios personajes de la calle, son comunes a las dos ciudades, como también la pitada insistente para que abrán el garaje sin dejar salir el perro, y el estrecho garaje mismo, y no pocos detalles más, como la fumadera de él, las corbatas, la algarabía de los niños; o el amor/sexo.
  La fotografía es magnifica y el blanco y negro lleva a imaginar o sencillamente sentir los colores; la música se basa hábilmente en los ruidos y sonidos del entorno y los radios; la actuación es tan natural que parece que no actuaran y no está supeditada a ninguna “estrella” internacional; los diálogos se siguen aun sin oírlos claramente o simplemente por las facciones de cada personaje en cada escena; las locaciones son de verdad y que el incendio fuera controlado es sutilmente evidente; los hechos históricos del momento se recuerdan y algo harán pensar a los que no los vivieron; como también los cotidianos en los que es una insinuación que no se vaya a la misa diaria, y la presencia de extranjeros.
  Pero lo más interesante de la película de Cuarón es que permite reconstruir la Cali de unos trecientos mil habitantes por esos años, cuando la hoy Ciudad de México comenzaba su vertiginoso crecimiento, conocido como Milagro Mexicano, y ya tenia un poco más de los tres millones de habitantes de la Cali actual y real, no la mentirosa del último censo. Y sobre todo conocer mejor a la gente que habla o escribe de la película o de Cali: es como un detector de mentiras. Quedan a la vista los conocimientos, sensibilidades e intereses tanto de los que les gustó la película, de verdad o sólo por seguir la opinión, como los que no, muchos de los cuales sencillamente no vieron nada allí ni ven nada aquí.


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