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Simetrías. 17.05.2012


          Las cosas que se mueven, como gotas, proyectiles, vehículos y animales,  y por supuesto el hombre, suelen tener una simetría bilateral. Son simétricos a izquierda y derecha  del eje del movimiento y asimétricos en sus partes delantera y trasera. Los  edificios no se mueven pero sus usuarios y visitantes sí. Entran, los recorren y salen a lo largo de su eje de composición. Eje que en la arquitectura islámica, y por la tanto en la hispanomusulmana y en consecuencia en nuestra arquitectura colonial, se acoda generando mas sorpresas, y mas emociones cuando se lo combina con los remates propios de las composiciones axiales, y casi siempre tiene vanos y otros elementos que se repiten. Es decir, esta larguísima tradición arquitectónica originada alrededor del Mediterráneo, comporta los tres tipos de simetría que reconocen los matemáticos: la que es el reflejo de la mitad de la figura sobre un eje de simetría, como en una M; la mitad que rota 180º sobre un punto, como en una S, y la que se traslada lateralmente como en una serie: KKKKK (G. Szpiro, La Vida Secreta de los Números, 2009).
          Desde la antigüedad los edificios simétricos, que lo solían ser casi todos, presentan algo que rompe su simetría y genera su belleza. Como lo saben todos los artistas plásticos, incluyendo los arquitectos, lo atractivo aparece cuando la composición se desequilibra intencionalmente. Es el caso de las pirámides de Kefren y Mikerinos, las dos al mismo costado de la Gran pirámide de Keops; del Partenón que se lo aprecia obligatoriamente al salir de los Propileos; del Coliseo en Roma que por su planta ovalada es difícil ver de frente y cuyas ruinas son ya del todo asimétricas; de San Vitale antes de que fuera destruido su atrio atravesado; de la catedral de Chartres con sus dos torres tan diferentes; del Capitolio, en el que Miguel Ángel se cuido de que sus tres edificios conservaran algo sus diferencias; e incluso en el Versalles de Luis XIV, la iglesia y la sala de opera rompen su simetría pese a que como decía madame de Maintenon, su última favorita y esposa secreta,  “con él sólo importa la grandiosidad, la magnificencia y la simetría”.
          El neoclásico, tan simétrico, solo lo es esplendorosamente cuando su simetría es una traslación, como el Altes Museum. Pero con frecuencia solo es ingenuo, como en nuestras nuevas capitales durante el siglo XIX, pues la indiscutible belleza del Capitolio Nacional en Bogotá, por ejemplo, se debe en parte a la fuerte inclinación de la Plaza de Bolívar, en la que está emplazado, y que tan bien manejó Fernando Martínez en la acertada remodelación que le hizo hace ya medio siglo. Y desde principios del siglo XX los arquitectos modernos rompieron decididamente con la simetría, acercándose sin saberlo a las composiciones acodadas de la arquitectura hispano musulmán, como en la Bauhaus,  el Pabellón de Barcelona, o la villa Savoye, y en toda de la obra de Wright, y después ya no habría nada simétrico en la de Aalto o Khan. Desafortunadamente nuestros jóvenes arquitectos, tan dados a copiar imágenes espectaculares de las revistas, poco entienden la historia de la arquitectura y menos  conocen las matemáticas, y no saben usar la simetría y su subsiguiente disolución; lo suyo es puro desorden a la moda.
Adendo: la simetría por extensión es algo mas compleja porque los principios de unidad/totalidad, requieren con mayor urgencia la comparecencia del fenómeno de trazado regulador que organice la totalidad, rigiendo la progresión matemática de su extensión (como una “o” que se agranda o, O, de la que habla Roberto Burdiles Allende. O incluso la helicoidal que menciona Javier Echeverry). Si todo esto lo pasamos a una categoría dimensional tan compleja como la arquitectura (espacios que se recorren en el tiempo), vemos la importancia del aspecto perceptivo de la simetría., entendida como la correspondencia exacta en forma, tamaño y posición de las partes de un todo.

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