Las cosas que se mueven, como gotas, proyectiles, vehículos y
animales, y por supuesto el hombre,
suelen tener una simetría bilateral. Son simétricos a izquierda y derecha del eje del movimiento y asimétricos en sus
partes delantera y trasera. Los edificios
no se mueven pero sus usuarios y visitantes sí. Entran, los recorren y salen a
lo largo de su eje de composición. Eje que en la arquitectura islámica, y por
la tanto en la hispanomusulmana y en consecuencia en nuestra arquitectura
colonial, se acoda generando mas sorpresas, y mas emociones cuando se lo
combina con los remates propios de las composiciones axiales, y casi siempre
tiene vanos y otros elementos que se repiten. Es decir, esta larguísima
tradición arquitectónica originada alrededor del Mediterráneo, comporta los
tres tipos de simetría que reconocen los matemáticos: la que es el reflejo de
la mitad de la figura sobre un eje de simetría, como en una M; la mitad que
rota 180º sobre un punto, como en una S, y la que se traslada lateralmente como
en una serie: KKKKK (G. Szpiro, La Vida
Secreta de los Números, 2009).
Desde la antigüedad los edificios
simétricos, que lo solían ser casi todos, presentan algo que rompe su simetría
y genera su belleza. Como lo saben todos los artistas plásticos, incluyendo los
arquitectos, lo atractivo aparece cuando la composición se desequilibra
intencionalmente. Es el caso de las pirámides de Kefren y Mikerinos, las dos al
mismo costado de la Gran pirámide de Keops; del Partenón que se lo aprecia
obligatoriamente al salir de los Propileos; del Coliseo en Roma que por su
planta ovalada es difícil ver de frente y cuyas ruinas son ya del todo
asimétricas; de San Vitale antes de que fuera destruido su atrio atravesado; de
la catedral de Chartres con sus dos torres tan diferentes; del Capitolio, en el
que Miguel Ángel se cuido de que sus tres edificios conservaran algo sus
diferencias; e incluso en el Versalles de Luis XIV, la iglesia y la sala de
opera rompen su simetría pese a que como decía madame de Maintenon, su última favorita
y esposa secreta, “con él sólo importa
la grandiosidad, la magnificencia y la simetría”.
El neoclásico, tan simétrico, solo lo
es esplendorosamente cuando su simetría es una traslación, como el Altes
Museum. Pero con frecuencia solo es ingenuo, como en nuestras nuevas capitales
durante el siglo XIX, pues la indiscutible belleza del Capitolio Nacional en
Bogotá, por ejemplo, se debe en parte a la fuerte inclinación de la Plaza de
Bolívar, en la que está emplazado, y que tan bien manejó Fernando Martínez en
la acertada remodelación que le hizo hace ya medio siglo. Y desde principios
del siglo XX los arquitectos modernos rompieron decididamente con la simetría,
acercándose sin saberlo a las composiciones acodadas de la arquitectura hispano
musulmán, como en la Bauhaus, el
Pabellón de Barcelona, o la villa Savoye, y en toda de la obra de Wright, y
después ya no habría nada simétrico en la de Aalto o Khan. Desafortunadamente
nuestros jóvenes arquitectos, tan dados a copiar imágenes espectaculares de las
revistas, poco entienden la historia de la arquitectura y menos conocen las matemáticas, y no saben usar la
simetría y su subsiguiente disolución; lo suyo es puro desorden a la moda.
Adendo: la simetría por extensión es algo mas compleja porque los principios
de unidad/totalidad, requieren con mayor urgencia la comparecencia del fenómeno
de trazado regulador que organice la totalidad, rigiendo la progresión
matemática de su extensión (como una “o” que se agranda o, O, de la que habla
Roberto Burdiles Allende. O incluso la helicoidal que menciona Javier
Echeverry). Si todo esto lo pasamos a
una categoría dimensional tan compleja como la arquitectura (espacios
que se recorren en el tiempo), vemos la importancia del aspecto perceptivo de
la simetría., entendida como la correspondencia exacta en forma, tamaño y
posición de las partes de un todo.
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