En todo monumento que se haya transformado en un hito que identifica ciudades y sectores, y que permite orientarse en ellas, prima su carácter urbano sobre su simbolismo histórico, además casi siempre múltiple, a cuya precisión es a la que hay que dirigir las protestas y no al monumento mismo. En el caso de Cali, este es al fundador de la ciudad y no al conquistador, por lo que lo pertinente sería poner en la pequeña rotonda que hay atrás del mirador de Belalcázar un monumento a las varias transculturaciones que han producido nuestro mestizaje étnico e histórico actual, junto con placas explicativas, como ya fue propuesto (Cali, ciudad y monumentos, 25/06/2020).
Sería más contundente que erigir, separados, otros monumentos en el parque a los indígenas y a los esclavos africanos. A los aborígenes se agregó lo español de mano de la espada, junto con la religión, la lengua y la arquitectura como ya lo dijo Fernando Chueca Goitia (Invariantes castizos de la Arquitectura Española-Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana, 1970) y luego se agregó lo africano, y por eso aquí la gran mayoría somos mestizos aunque lo seamos en proporciones diferentes. Y lo que definitivamente importa es recordar nuestra historia común agregándole nuevos hechos: su suma, esa narración y exposición de los acontecimientos dignos de conservar en la memoria de todos.
Somos mestizos de indígenas conquistados, con ayuda de otras tribus, por españoles, principalmente andaluces y extremeños descendientes de visigodos conquistados por árabes y bereberes, y más tarde de africanos. No somos descendientes de mayas, aztecas o incas, ni de otros indígenas sometidos por esos imperios; y fueron principalmente las nuevas enfermedades que llegaron con los conquistadores, no que las trajeran a propósito, las que causaron la rápida disminución de los indígenas obligándolos a traer esclavos del África, vendidos allá por tribus conquistadoras de otras tribus (Enrique Serrano, Colombia: Historia de un olvido, 2018).
Es la realidad que recuerda Peter Frankopan en El corazón del mundo / Una nueva historia universal, 2015, que lleva a que los vándalos sólo empeñados en derribar estatuas olviden que después de miles de años de guerras por el poder, los reales retos de las próximas décadas, tal como los enumera Frankopan, son el cambio climático, el veloz aumento de la población, la escasez de recursos (como el agua dulce), el resurgimiento de las ideologías y los cambios de poder de Occidente a Oriente. Y por supuesto ahora hay que agregar la crisis sanitaria, económica y de la vida cotidiana de 2020, que afectará a las ciudades de alguna manera, con o sin monumentos.
Considerando todo lo anterior, por qué no comenzar por cambiar el nombre de este lugar de la ciudad, reconocido por todos como el Mirador de Belalcázar, al de Mirador de Cali; así se conservaría parte de su pasado pero abriéndose a un mejor futuro: una ciudad cosmopolita que integra diversas tradiciones, las que no serían excluyentes entre sí y por lo contrario se multiplicarían, si se entendiera que ante todo deben compartir una misma ciudad. Justamente lo que ha caracterizado históricamente las más interesantes del mundo, como Estambul desde la que por supuesto no poco llegó y llega hasta Cali (Bettany Hughes, Estambul. La ciudad de los tres nombres, 2017).
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