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Génesis. 29.12.2020

    Para Edward O. Wilson, las preguntas que plantea la condición humana se pueden resumir en tres: “Qué somos, qué nos creó y qué queremos llegar a ser” (Génesis, 2019, p. 9). Es amplia la creencia, dice, en que todo ocurrió para que domináramos el planeta con el derecho a tratarlo como quisiéramos, concluyendo “que ese error muestra la auténtica condición humana.” (p. 31) considerando que otra cosa es que el lenguaje, la ciencia y el pensamiento filosófico nos convirtieran en los administradores de la biosfera, y entonces se pregunta: “¿Poseemos la inteligencia moral necesaria para cumplir con esta tarea?” (p. 36).

    La eusociabilidad (para los científicos el nivel más alto de organización social) no ha sido muy común a lo largo de la evolución de las especies pero ha producido los niveles más avanzados de altruismo individual y de complejidad social, lo que les ha proporcionado a algunas especies la dominancia ecológica sobre la tierra (p. 59), entre ellas la humana, que puede pensar en el futuro (p. 57), cuyas profesiones y vocaciones son útiles para la sociedad, aún cuando vayan en contra de su propia reproducción (p. 69), repartiéndose diferentes tareas (p. 75) evitando que se repitan innecesariamente (p. 77).

     Así, la eusociabilidad conforma un comportamiento social avanzado que implica un cambio fundamental en el código genético (p. 84). “De este modo surgieron los imperios de hormigas y hombres”, como dice Wilson (p. 86), y el que los organismos egoístas venzan a los altruistas pero que por lo contrario los grupos de altruistas venzan a los de egoístas (p. 87). Además, la selección por parentesco, continúa Wilson, tiene el poder de hacer evolucionar el comportamiento altruista, tanto en las hormigas como en los humanos, dependiendo de la cercanía entre el altruista y el beneficiado (p. 99) como es fácil de constatar.

    Por otro lado, el fuego que surgía con un rayo, cubriendo grandes extensiones, permitió a los humanos comer animales asados, lo que supuso un gran beneficio considerando que, dice Wilson, “la carne es el mejor alimento para criaturas limitadas por la ingesta de calorías” (p. 110). Luego, hace aproximadamente un millón de años, se consiguió controlar el fuego y transportarlo, y con ello llegaron las comidas y una eficaz forma de establecer vínculos sociales, y los campamentos podían durar más tiempo y convertirse en refugios casi permanentes, fomentando la eusocialidad, es decir, una división del trabajo cada vez más compleja (p. 112 y 113).

   Y a mayor tamaño del grupo, más frecuentes son innovaciones dentro de él. “El conocimiento comunal se deteriora más lentamente y la diversidad cultural se conserva mejor y durante más tiempo” señala Wilson, y los paleontólogos concuerdan en que el origen de nuestra especie y de la gran capacidad memorística que la define, se forjó alrededor de las hogueras de sus iniciales campamentos en África, donde asando carne se posibilitó la conversación, y la inteligencia social pasó a tener mucho peso en charlas “diurnas” o “nocturnas” (p. 119 y 120). Y hay que agregar que cuando la agricultura obligó a que esos campamentos fueran permanentes, comenzaron las ciudades.

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