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Ciudadanos del mundo. 21.07.2021

Se trata de un concepto que viene desde la antigüedad, de gran importancia para el Siglo XXI de frente a la globalización y a las amenazas del cambio climático, y que tiene que ver con las ciudades, el antirracismo y el respeto a las tradiciones culturales. Fueron los filósofos estoicos los que ya en el Siglo III a. E.C. pensaron en la cosmópolis, una ciudad universal, donde confluyen personas de diversas culturas, lo que caracteriza a muchas de las actuales, y los ciudadanos cosmopolitas son aquellos que suelen viajar a ellas, abiertos a sus costumbres particulares y que ahora, en las más grandes, vale para sus variados distritos, en los que las haya, los que por eso mismo hay que fomentar.

De frente al inmediato futuro es imprescindible que todos los habitantes de la tierra, mujeres y hombres, Lgbt, jóvenes y mayores, se piensen como ciudadanos de un mundo cada vez más globalizado en el que cada vez más cosas afectan cada vez a más personas y el cambio climático a todos. Que sean conscientes de que la sobrepoblación del planeta y el consumismo están destruyendo la naturaleza (bosques, selvas, biodiversidad y fuentes de agua dulce), generando gases de efecto invernadero desde hace más de un siglo, facilitando pandemias globales como la actual, y que no hay ya ninguna parte del planeta que se pueda pensar totalmente aislada e independiente en ningún sentido.

Considerando que ya más de la mitad de la población del mundo vive en ciudades, y que en países como Colombia son casi las tres cuartas partes, o que muchas ciudades cada vez son más grandes, como Cali que ya va para tres millones de habitantes en su área metropolitana (aún no oficializada), el hecho de que más personas se piensen como ciudadanos del mundo es cada vez más importante por lo que significa su comportamiento cosmopolita. Es decir, personas respetuosas de los demás en términos políticos, económicos, sociales y culturales, que expresen sus preocupaciones en debates democráticos sin extremismos y no recurriendo a bloqueos, violencia y vandalismo.

Personas civilizadas y cultas, necesariamente no racistas, que entiendan que en el caso de Hispanoamérica la gran mayoría somos mestizos en diferentes proporciones, que descendemos de conquistadores españoles y mujeres indígenas de tribus a su vez desplazadas por otras tribus, luego de colonizadores, muchos ya mestizos, y mujeres esclavas africanas o, después, de sus descendientes ya libres. Mestizos que hoy deben luchar porque las diferencias económicas se reduzcan progresivamente, y que las oportunidades de todos estén cada vez menos influidas por su apariencia o su clase social, como pide Reni Eddo-Lodge (Por qué no hablo con blancos sobre racismo, 2017-2018, p. 148).

Desde luego así son ciudadanos de un mundo cada vez más globalizado, pero muy respetuosos de los otros y sus diversas y entrañables tradiciones culturales respecto a costumbres, usos, comidas, vestidos, lenguas y lugares: sus símbolos y monumentos, los que en las ciudades pasan a ser de todos independientemente de su historia, la cual por supuesto hay que hacerla ubicar dentro de una historia común, la que hay que actualizar cada vez que sea necesario con los nuevos documentos que se vayan descubriendo, y no la inutilidad de derribarlos ignorando que ya son también importantes hitos urbanos en la memoria colectiva de todos los ciudadanos, y mucho menos si los derriban otros.

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