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"En defensa de la ilustración". 28.07.2021

 Este interesante libro de Steven Pinker, de 2018, cuyo subtítulo es: ‘Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso’, es una historia muy importante para los que les preocupa el cambio climático, “incuestionablemente alarmante” (p. 178), la guerra nuclear, la sobrepoblación, la deforestación, la pérdida de biodiversidad y el nacionalismo que amenazan al mundo, y a las ciudades y lo que pasará con su rápido crecimiento, pero que Pinker poco menciona pese a que como él dice “las fuentes de la cultura siempre han sido ciudades comerciales situadas en encrucijadas o vías navegables importantes” (p. 546) recordando El triunfo de las ciudades , 2011, de Edward Glaseer.

“La oposición a la razón es, por definición, poco razonable. Pero eso no ha impedido que un montón de irracionalistas prefieran el corazón a la cabeza […]“ (p. 429 y ss.). Por eso hay creencias que se convierten en símbolos culturales y las personas las afirman o niegan no para expresar lo que saben sino quienes “son” en sus respectivos ámbitos académicos, empresariales o religiosos, y se encasillan en la izquierda o la derecha.
Pero a la atmósfera no le importa lo que la gente piense de ella y millones sufrirán si no se impide en lo posible el cambio climático, y mientras tanto las personas consumen noticias para intensificar su fanatismo de estadio de fútbol y no para fundar sus opiniones.

“Aunque nuestra ignorancia es inmensa (y siempre lo será), nuestro conocimiento es asombroso y crece día a día” (p. 469 y ss.), y hay que subrayar que la ciencia trasciende las fronteras nacionales. Sin embargo el desdén por ella aún se encuentra en fundamentalistas religiosos, políticos ignorantes y muchos intelectuales y universidades, colegios y escuelas. Por eso la cosmovisión moral de cualquier persona científicamente instruida y que no esté enceguecida por el fundamentalismo, requiere una ruptura radical con las concepciones religiosas del sentido y del valor; y requiere de la visión del mundo que ofrece la ciencia, la que es la moral de facto de las democracias modernas.

“La ciencia no basta para traer el progreso. ‘Todo lo que no esté prohibido por las leyes de la naturaleza es alcanzable, dado el conocimiento adecuado’, pero ahí radica el problema” (p. 499 y ss.). Hay que desplegar el conocimiento para permitir que todo el género humano florezca igual que lo busca cada uno. La salud, la felicidad, la libertad, el conocimiento, el amor, la riqueza de la experiencia, pueden denominarse ‘humanismo’ y el primer paso hacia la sabiduría es comprender que las leyes del universo no se preocupan de cada uno, y de ahí el rápido crecimiento de la ausencia de la religión, y cuando aumenta la curiosidad intelectual y la cultura científica se piensa y se deja de creer.

“Lo que exaspera a los intelectualoides es la ‘idea’ de progreso: la creencia ilustrada en que nuestra comprensión del mundo puede mejorar la condición humana” (p. 63 y ss.). Pero dado que nos preocupamos cada vez más por la humanidad, solemos confundir los daños que nos rodean con signos de lo bajo que ha caído el mundo y no vemos lo alto que se han situado nuestros estándares. Además todos los días los medios destacan las noticias que informan de las guerras, el terrorismo, el crimen, la desigualdad, las drogas, la pobreza y la opresión; así, los consumidores de noticias negativas se vuelven fatalistas concluyendo cómodamente que: “¿Para qué voy a votar si no va a servir de nada?”.

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